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Rete dei Comunisti Roma
El 13 de marzo, la Rete dei Comunisti de Roma organizó la iniciativa “La condición de las mujeres en el momento de la crisis pandémica: ¿qué “emancipación femenina” del virus de la opresión capitalista?”.
Para los comunistas, en esta etapa, es necesario dar una respuesta adecuada a la condición de explotación de las mujeres, así como la urgencia de un contraataque ideológico al modelo burgués de emancipación femenina.
A continuación, el discurso de apertura de la iniciativa.
La Rete dei Comunisti de Roma ha organizado el encuentro de hoy sobre la cuestión de la condición de la mujer y la emancipación de la mujer por la fuerte necesidad actual de contextualizarla e identificar los temas en torno a los cuales, como organización comunista, debemos reflexionar e insistir en nuestra acción política.
Es un tema que se ha abordado, y se aborda, en el contexto de diferentes disciplinas, psicoanálisis, sociología, economía, política, etc., y desde diferentes puntos de vista, como
el que insiste en la cuestión de la diferencia de género o el de la igualdad y la paridad. La historia del movimiento feminista siempre ha girado en torno a esta dicotomía.
Hoy nos interesa -y elegimos- partir del dato material dentro del contexto actual, que es el de la pandemia dentro de la crisis sistémica y la competencia en curso entre los polos imperialistas, donde precisamente la crisis de Covid es por un lado el producto de esa crisis y por otro la ocasión para una fase de transición
Así que empecemos por el dato, que es el que nos llamó la atención en las últimas semanas, cuando el ISTAT publicó las cifras de pérdida de empleo en diciembre de 2020, que implicaba, de 101.000 trabajadores, hasta 99.000 mujeres, por lo que prácticamente el 99% de los nuevos parados. En comparación con diciembre de 2019 también hay 444.000 trabajadores menos, de los cuales 312.000 son mujeres. Así, en el año de Covid la inmensa mayoría de los que perdieron su empleo son precisamente mujeres, es decir, esa mano de obra explotada, precarizada, carente de garantías contractuales y cuyo acceso o alejamiento del mundo del trabajo ha estado siempre ligado a las necesidades del capital.
La historia nos da muchos ejemplos de cómo la fuerza de trabajo femenina siempre ha sido funcional a un excedente de valorización dentro del modo de producción capitalista. Ya a principios del 900 podemos encontrar documentos que muestran cómo la mano de obra femenina era a veces preferida a la masculina por ser más barata y menos garantizada por la ley. Ya entonces quedó claro cómo el sistema capitalista ha pivotado y sigue pivotando sobre la cuestión del “chantaje económico”.
Pensemos en el papel de las mujeres durante las guerras: al ser llamada la población masculina a filas, las necesidades de las fábricas y oficinas exigían un aumento del número de mujeres que trabajaban, las cuales recibían salarios más bajos que los hombres cuyo lugar había ocupado la nueva mano de obra. En las fábricas se empleaban como peones generales, pero esta sustitución era temporal y estaba ligada a los años del conflicto. También en el sector de la administración y los servicios se contrató a las mujeres de forma masiva, pero incluso en este caso fue sólo de forma temporal. Al final del conflicto se despidió a gran parte de la mano de obra femenina y, en ese momento, el Estado animó a las mujeres a ayudar a repoblar el país.
En el entrelazamiento de las funciones productivas y reproductivas dentro de la sociedad, el papel de la mujer fue el resultado de construcciones estructuradas en función de las necesidades socioeconómicas del sistema: en los periodos de crisis las mujeres tienen mayor dificultad para entrar y facilidad para salir del mundo del trabajo, así como en los momentos de crecimiento económico se produce un avance en las condiciones de vida y de trabajo de las mujeres y de otras categorías explotadas. Retomando la afirmación de Fourier, posteriormente citada por Marx en “La Sagrada Familia”, según la cual el nivel de civilización de una sociedad se mide por la condición de las mujeres, podemos afirmar especulativamente que el índice de explotación de las mujeres se convierte en la medida de la explotación de todas las categorías más precarias.
La mujer, como escribe Carla Filosa, ha sido reducida […] a una función histórica de las relaciones capitalistas: capacitada para mediar en el consenso entre generaciones para la continuidad temporal de dichas relaciones, es también adaptable para entrar y salir del mercado laboral -en el que está relegada mayoritariamente dentro de los niveles más bajos de ingresos- para constituir un comodín perennemente utilizable para el ahorro social, sin el té de la rebelión organizada contra el mando del capital
Desde los años 70, en los países industrializados se ha producido un aumento constante de la mano de obra femenina, ya que la mayor escolarización les ha permitido acceder a las empresas y al sector servicios. Hoy en día, ante una crisis no sólo pandémica, sino más bien sistémica, el capitalismo intenta encontrar una salida proponiendo una reestructuración del actual modelo productivo, que se centra en sectores específicos como la llamada economía verde o la digitalización. Con el encargo de facto de Italia por parte de la UE a través de la imposición de Draghi al frente del gobierno, nos encontramos con esta profunda reestructuración del aparato económico en beneficio de los intereses del gran capital y del beneficio que, obviamente, no concilian con los intereses de las clases populares.
Entonces, ¿en qué dirección puede apuntar el Plan de Recuperación cuando dedica un apartado entero al tema de la inclusión y la cohesión (dentro del cual, entre otras cosas, se unen la condición de las mujeres y la condición de los jóvenes), con especial atención a lo que se define con el término escenográfico de “empoderamiento femenino”? En la dirección de reiterar las políticas de explotación de lo que podríamos definir como un ejército industrial de reserva, en su sentido más amplio de arma en manos de los capitalistas (como lo definió Marx en El Capital), a través de la precarización, el chantaje a las mujeres de los grupos subalternos y a través de políticas de apoyo, por el contrario, a aquel empresariado femenino compatible con los objetivos del actual estado de cosas que no excluye, es más, favorece, la posibilidad de que ese componente alcance posiciones de liderazgo.
Hoy en día hay mujeres que han alcanzado altos niveles de responsabilidad, figuras públicas con roles de autoridad dentro del sistema, las que Elisabetta Teghil llama “las patriarcas”, cuyos éxitos pasan por ejemplos de emancipación femenina dentro de la narrativa burguesa aplanada en la pertenencia de género y no de clase. Las herramientas en manos de la burguesía en este caso están representadas por el uso de temas transversales como la violencia de género, o la cuestión de los derechos civiles por ejemplo, que en la historia de la vertiente reformista del movimiento de mujeres ha llevado a la victoria de importantes batallas, como la educación, el derecho al voto, el divorcio. Todas estas son luchas importantes que, sin embargo, girando principalmente en torno a los temas de la paridad y la igualdad, no contemplan la hipótesis de “aislar” la cuestión de la clase.
También la cuestión de la violencia sexista es ciertamente transversal, pero tiene una mayor incidencia dentro de los colectivos explotados, porque es sobre ellos sobre los que recaen los efectos del chantaje económico y porque en la sociedad, luego en el trabajo y en muchos casos en la familia también está culturalmente interiorizado y propuesto el modelo patriarcal y de dominación. En la familia el hombre es el burgués y la mujer representa al proletario, escribió Engels. Es una violencia que se establece – escribe Pierre Bourdieu- cuando los esquemas que él [el dominado] emplea para percibirse y evaluarse a sí mismo o para percibir y evaluar al dominante […] son el producto de la incorporación de clasificaciones, así naturalizadas, de las que su ser social es el producto. En la sección del Anuario Estadístico del Ayuntamiento de Roma dedicada a las cuestiones sociales, los gráficos hacen inmediatamente visible cómo la mayoría de las mujeres que acudieron a los Centros Antiviolencia en el último año procedían de las zonas periféricas de nuestra ciudad.
Este aplanamiento sobre la especificidad del género que inspira las políticas de palacio (pero también, aunque con intenciones y objetivos diferentes, las plataformas de los movimientos de mujeres en Occidente en los últimos años, como Me Too), es tanto más insidioso cuanto que insiste en la diferencia entre dos “naturalezas” distintas, la femenina, la naturaleza femenina, más débil, más inclinada al trabajo asistencial y al cuidado de la familia y de los hijos, o a trabajar en sectores menos cualificados y peor pagados, y la naturaleza masculina, fuerte, dominante, activa, proyectada hacia el exterior, en el mundo del trabajo y de la profesión donde los hombres pueden disfrutar de mayores oportunidades de vida y de carrera.
Como escribió la socióloga francesa Colette Guillaumin en 1977, una relación social, aquí una relación de dominación, de fuerza, de explotación (como la que existe entre el hombre y la mujer o entre los blancos y los negros), la que segrega la idea de naturaleza, es considerada como el producto de los rasgos internos del objeto que sufre la relación, rasgos que se expresarían y desplegarían en prácticas específicas (como las actividades de cuidado de las mujeres o, utilizando el ejemplo de Guillaumin, “la limpieza de la mierda”). Así, en palabras de Guillaumin, “se traza la naturaleza específica del grupo social que sufre la relación de dominación. Así se inventa la idea de un grupo natural: de “raza”, de “sexo”, que invierte el razonamiento.
Así, podemos ver cómo los roles atribuidos a los diferentes componentes sociales son el resultado de construcciones estructuradas sobre las necesidades socioeconómicas del sistema. Es más, el poder se apropia en muchos casos de las palabras clave del feminismo histórico para utilizarlas con fines de pacificación
El poder tiende a replicar en la representación mediática la figura de la mujer como víctima pasiva, que eventualmente necesita delegar en otros sujetos la resolución de sus demandas. Pero pedir más derechos, o más igualdad, a un sistema que ha subsumido el patriarcado secular para gestionar la explotación de la que se alimenta es a estas alturas no sólo inútil a efectos de una emancipación real, sino funcional al control social. Hicieron bien en los últimos días las compañeras de la OSE, en el vídeo difundido con motivo del acoso sufrido por una de ellas, en decir “no seremos víctimas, sino revolucionarias”, que es el rechazo no sólo de una condición objetiva sino que es el rechazo a llevar un vestido deliberadamente cosido sobre la figura femenina.
Que la victimización de las mujeres es el estereotipo a través del cual la red perfecta tejida entre el patriarcado y el sistema capitalista aprovecha la autodeterminación de las mujeres explotadas, lo demuestra una vez más la historia: pensemos en la Resistencia, durante la cual 70.000 mujeres se organizaron en los Grupos de Defensa de las Mujeres, comprometidas precisamente en el apoyo a la Resistencia, 35.000 trabajaron como combatientes y muchas han asumido también funciones de liderazgo, no delegando en los hombres el monopolio de la violencia actuada. Así lo demuestran los movimientos en el mundo que han visto y ven un importante papel de las mujeres en las luchas por la liberación: llegando a la actualidad pensamos en las mujeres kurdas con las unidades de defensa femenina en Rojava o con el PKK han liberado del Isis miles de kilómetros cuadrados en el norte de Siria. Las mismas combatientes kurdas, en el llamamiento del 8 de marzo de este año, decían que a su vez se inspiraban en la resistencia de las mujeres “desde Sudán hasta Palestina, desde América Latina hasta Asia, contra el fascismo, el sexismo y el nacionalismo”. O pensar en las luchadoras zapatistas que el año pasado, también con motivo del 8 de marzo, se negaron a participar en el encuentro internacional de mujeres porque tenían que seguir, armas en mano, su lucha tras la elección en México de Obrador, y entonces lanzaron un llamamiento: “sabemos que el capitalismo está en todas partes y las mujeres no debemos dejar de luchar para que nadie en ningún rincón del mundo tenga miedo de ser mujer”.
En conclusión, volvamos a nuestra pregunta inicial: ¿qué respuesta como comunistas estamos llamados a dar respecto a la condición de explotación de las mujeres? La de enmarcarla en la condición de explotación de la clase y la de estructurar el contraataque ideológico a la respuesta de la burguesía recurriendo al análisis marxista como instrumento de lucha. Porque sólo a través de la lucha contra el sistema capitalista en el marco de un proyecto estratégico y organizado de ruptura revolucionaria se puede alcanzar la verdadera emancipación. La lucha por la emancipación de la mujer pasa necesariamente por la lucha contra este sistema, al igual que todos nosotros, cuando salimos a la calle en los muchos momentos de lucha que nos comprometen políticamente, lo hacemos teniendo en cuenta que un proceso revolucionario no puede ignorar la cuestión de la emancipación de la mujer de la explotación perpetrada, incluso a través del patriarcado y la ofensiva ideológica burguesa, por este sistema.
Aquí está el enlace al vídeo de toda la iniciativa (facebook): https://www.facebook.com/watch/live/?ref=watch_permalink&v=743472733031286