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Editorial del 25 agosto – Mauro Casadio, Rete dei Comunisti
Lo que ocurre en Afganistán no puede interpretarse correctamente sin acudir a las raíces políticas e históricas que han determinado la situación actual. Alrededor de la tragedia de ese pueblo se han producido falsedades y mistificaciones indecentes cuyos principales actores han sido los Estados Unidos (seguidos por los países europeos desde la década de 1970), Pakistán y los gobernantes reaccionarios de Arabia Saudí. De hecho, fue el presidente Carter en julio de 1979, unos seis meses antes de la intervención de la URSS, quien decidió apoyar militarmente a los fundamentalistas y a Pakistán en la guerra contra el gobierno afgano.
Adoptar una visión ferozmente crítica de las versiones oficiales proporcionadas por los gobiernos y los “aparatos ideológicos del Estado”, como la televisión y los medios de comunicación de masas en general, es una obligación para una fuerza comunista como la nuestra,
ya que en el momento álgido del dogma antisoviético de los años ochenta nuestra área, que entonces se llamaba Movimiento por la Paz y el Socialismo, fue la única organización política de Italia que practicó públicamente la solidaridad internacionalista con el gobierno afgano.
Un gobierno atacado por las fuerzas feudales como los mulás, los terratenientes que vieron su poder cuestionado por las reformas socialistas que se hicieron en el campo, los servicios sociales, las escuelas con alfabetización, hasta la emancipación de todas las mujeres, prohibiendo los matrimonios concertados y el burka (como bien explicaba el artículo de Contropiano del 22 de agosto titulado “Monstruos globalizados” de Leonardo Masone).
La nuestra era una posición incómoda y aislada, incluso para la izquierda más radical, pero la apoyamos con toda la determinación necesaria, siendo conscientes de que, sin embargo, la intervención soviética podía salvaguardar las características sociales y democráticas de aquella experiencia, necesarias para la emancipación del pueblo afgano.
Una posición muy difícil y convencidamente “kabulista”, como se llamó en su momento, pero clara que hoy nos permite representar y fortalecer un punto de vista que ahora se impone por los hechos que están saliendo a la luz en esta segunda quincena de agosto, haciendo saltar por los aires todas las mentiras y mistificaciones de los países imperialistas, de EEUU pero también de la UE.
La primera es que el gobierno afgano de los años 80 existía sólo gracias a la URSS. La realidad es que ese gobierno resistió la agresión externa imperialista y fundamentalista durante unos buenos tres años y medio (de 1989 a 1992) tras la retirada soviética, demostrando que tenía una fuerte relación con importantes sectores de la sociedad afgana. Una cosa muy diferente a la del actual gobierno títere que, dejado solo con sus propias fuerzas, no duró ni tres semanas, demostrando aún más su inconsistencia.
Ciertamente, los occidentales no pueden negar que eran muy conscientes de las características oscurantistas y reaccionarias de sus aliados y que incluso los alentaron y apoyaron en clave anticomunista. Por lo tanto, las lágrimas derramadas sobre los que huyen de la barbarie talibán parecen completamente falsas, y aquí son necesarias algunas reflexiones.
La primera es la relativa a la masacre del 92 contra los comunistas, sus familias y todos aquellos que defendían una visión social progresista frente al oscurantismo de los muyahidines. Sin embargo, en su momento, los occidentales se alegraron de que se perpetraran esas masacres, ya fueran de hombres, mujeres o niños, e incluso corrieron un velo de silencio sobre ello, centrándose únicamente en la derrota militar.
Tampoco dijeron nada cuando el presidente afgano Najibullah fue bárbaramente castrado y luego ahorcado en las calles en el 96. Incluso nuestras finas almas de izquierda guardaron silencio ante un episodio que el Occidente “civilizado” repitió luego con Saddam Hussein y Gadafi pero fracasó, afortunadamente, con el presidente sirio Assad.
La otra es que si hay que identificar a un responsable de lo que ocurre hoy en Kabul, es precisamente Occidente, que primero utilizó la onda integralista y ahora abandona a sus partidarios a esa barbarie evocada como un improvisado aprendiz de brujo.
El verdadero peligro al que se enfrentan hoy los “refugiados” y los colaboracionistas es el que proviene de las ruedas de los aviones estadounidenses al despegar y de huir de los aliados, ni más ni menos que lo que se hizo en 1975 con los colaboracionistas en Vietnam, ante la retórica ahora insostenible y descarada en defensa de las mujeres y los niños, que ahora se abandonan cínicamente a sí mismos.
En los próximos meses, debemos seguir trabajando en la “contrainformación” política e histórica sobre el asunto afgano, contrarrestando sistemáticamente una operación ideológica neocolonial cada vez menos creíble, que desde los años 90 ha hecho “soñar” a los amos del mundo con que la historia había terminado de verdad.
Pero si bien no hay que hacer un descuento por el pasado, el asunto afgano es la culminación de un brusco retroceso en el curso histórico de los últimos treinta años. Desde hace algunos años, está claro que la situación está cambiando radicalmente: desde el aumento de la competencia mundial, pasando por la salida de Gran Bretaña de la UE, hasta la tragedia de la pandemia, que ha sido más intensa en los países donde el liberalismo ha devastado el tejido social.
Desde hace tiempo como CDR venimos trabajando en el análisis de este cambio y lo hemos hecho en particular en dos foros nacionales, en 2016 y 2019 sobre la crisis de la hegemonía del capital y el estancamiento de las relaciones de fuerza entre los imperialismos, en los que identificamos un pasaje histórico que definimos como de la misma profundidad que el de la crisis de la URSS, pero de signo político contrario.
En este sentido es necesario identificar -aunque todavía de forma aproximada ya que se abre una larga fase de cambio- cuáles son los personajes que están surgiendo, tanto los más evidentes como los menos visibles pero potenciales que pueden irrumpir en un futuro próximo.
Por puntos:
a) La derrota es ideológica más que militar.
La mayor y más candente derrota de Occidente es la IDEOLóGICA. El uso descarado de las armas, en términos de verdaderas intervenciones coloniales a partir de los años 90 (enumerarlas sería inútil además de muy largo), fue posible porque en esos años había capitulado una visión general revolucionaria y se había impuesto el llamado intervencionismo humanitario, la guerra “sin fin” por la democracia, etc.
Esto permitió la motivación ideológica necesaria para justificar cualquier tipo de injerencia e intervención militar hacia el exterior, pero también para justificar ante las poblaciones de los países imperialistas los gastos económicos y los costes humanos pagados para realizar una tarea “superior”, precisamente humanitaria.
Sin embargo, no hay que olvidar que la pasividad establecida en las últimas décadas por los pueblos de los países occidentales se debió también a la conciencia implícita de que estos crímenes habrían permitido distribuir a las “masas” las migajas de un robo generalizado hacia los países de la periferia, una “periferia mundial” que en su momento incluía también a China debido al bajo coste de la mano de obra.
El fracaso en Afganistán, que llegó después de los de Irak, Siria, Yemen y muchos otros lugares, incluida América Latina, pone fin a la hegemonía occidental sobre la lucha por la democracia, los derechos humanos y los derechos de las mujeres. El dintel ideológico se ha derrumbado y todas las estructuras civiles y militares que se han apoyado en él durante décadas se derrumbarán.
b) Las causas materiales de la derrota estadounidense
Las causas que condujeron a este desenlace son políticas y militares, pero sobre todo materiales, ya que el autoproclamado policía del mundo no tenía la fuerza material para sostener este papel, empezando por la debilidad de su estructura económica y financiera, llevada al extremo de sus posibilidades con la política de tipos de interés cero y una sobreproducción anormal de capital.
Surge así una debilidad estructural y una nueva verdad histórica: después de apenas treinta años de un mundo unipolar de Estados Unidos, está quedando claro que un solo país no puede controlar el planeta, sobre todo en una fase de crisis económico-financiera, social y, finalmente, medioambiental, que dura ya más de diez años.
Lo que está surgiendo es un mundo multipolar, que sin embargo estará sometido a muchas contradicciones y conflictos si mantiene su base material en el modo de producción capitalista, y dentro del cual el impulso para superar el actual orden social podría encontrar un nuevo vigor.
c) El fracaso de una clase dirigente
También hay un fallo de concepción estratégica que demuestra los límites de la clase dirigente estadounidense. La intervención y el control de Asia Central fue producto del pensamiento estratégico de Zbigniew Brzezinski, asesor del presidente Carter y miembro de la Trilateral, que teorizó la necesidad de ocupar el centro del continente asiático para obtener una posición estratégica decisiva en esa zona lejos de EEUU. Desde allí pensaron que podrían condicionar a China, Rusia e Irán para mantener su dominio mundial. Este nuevo Vietnam muestra lo poco realista que era ese cálculo.
d) El uso del keynesianismo militar
Desde la Guerra de Corea en 1950 en Estados Unidos, quien ha tenido una influencia decisiva en la política internacional estadounidense ha sido el aparato militar industrial, es decir, el uso del keynesianismo militar. Ha sido decisivo porque es el sector de producción más importante, ya que Estados Unidos es, con diferencia, el mayor productor y exportador de armas del mundo.
El retroceso que está sufriendo el intervencionismo estadounidense, el mayor protagonismo y papel de sus competidores, no sólo tiene un efecto estratégico sino también económico y, por tanto, social. En otras palabras, ¿hacia dónde se dirigirá este sector puntero para aumentar sus beneficios? El mercado interior, que sigue protegido y “floreciente”, no será ciertamente suficiente.
Esta necesidad producirá otros efectos en cadena de distinta índole: por un lado, la profundización de una crisis industrial y social que ya pesa sobre la economía norteamericana, y por otro, conociendo perfectamente el funcionamiento de la “bestia”, ¿qué otros escenarios bélicos se están preparando para apoyar al aparato militar industrial?
e) Un nuevo orden internacional
Es evidente que en los próximos meses y años se configurará un nuevo orden internacional, quizás incluso nuevas relaciones de fuerza que podrían romper el estancamiento de los imperialismos que hemos analizado y que se prolonga desde hace al menos una década, es decir, desde la anterior crisis financiera. Entender cuál será el escenario internacional, procediendo por hipótesis y comprobación, no es un ejercicio intelectual de geopolítica sino una forma de situar la iniciativa de los comunistas en las perspectivas y también, en lo que a nosotros respecta, en la situación nacional concreta.
Ya se han producido algunos indicios de la reanudación del activismo del G7 con la reciente cumbre celebrada en junio en Cornualles, en la que surgieron algunas opciones estratégicas antes menos obvias. Básicamente, ante la competencia global y el papel de China, las crecientes y diversificadas ambiciones de los aliados, y la retirada de Afganistán que ya estaba prevista (pero ciertamente no tan prevista como la debacle a la que el mundo está asistiendo), Estados Unidos, pero también la UE, están tomando nota del cambio en el equilibrio estratégico.
Probablemente consideran la pérdida del control imperialista directo sobre gran parte de Asia y están reorganizando el área atlántica recompactando la OTAN, que hasta hace unos años parecía estar en vías de extinción.
Por supuesto, las previsiones exactas al respecto son prematuras y sólo podemos intentar comprender las tendencias, pero la idea de consolidar el espacio atlántico en torno a EE.UU. y la UE, reforzando también sus posiciones en áfrica y América Latina, es una hipótesis que ya se desprendía de la propuesta realizada durante la reunión del G7 en junio, a saber, la de construir una “Ruta de la Seda Occidental”. Por supuesto, también hay que tener en cuenta el resultado negativo del G7 sobre la retirada de Kabul, pero esta cumbre se celebró en unas condiciones claramente inmanejables para las fuerzas de la OTAN.
La hipótesis del mantenimiento de la “ciudadela” imperialista de la alianza atlántica está por verificar, pero es la más realista lógicamente en la medida en que las relaciones con China “in primis” pero también con Rusia están sufriendo un desgaste muy fuerte.
Significativa fue la declaración de la portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores chino, que dijo que “dondequiera que vaya el ejército estadounidense deja agitación y división, caos, familias rotas y devastación”.
Si esta es la perspectiva en la que trabajan las potencias occidentales, se plantean dos cuestiones de carácter estratégico, pero que tienen que ver con nuestra acción política directa como comunistas en Italia.
La primera se refiere al papel de América Latina dentro de esta reorganización atlántica. Hay que recordar que el intento de hacer ese continente más funcional a la economía de América del Norte ya se hizo en los años 90, primero con la constitución del TLCAN, como área económica de comercio, y luego con la ampliación al resto del continente con el ALCA.
Esa perspectiva fracasó porque China “entró” en el mercado con unos costes laborales y un apoyo estatal a la Inversión Extranjera Directa (IED) más convincentes para las multinacionales que lo que podían ofrecer los países latinoamericanos. No es casualidad que fuera precisamente en esta situación de importancia relativa para EEUU de los países latinoamericanos cuando se afirmaron los experimentos políticos bolivarianos, empezando por Venezuela, y se constituyó el ALBA como espacio económico alternativo.
En la perspectiva del cambio de la nueva centralidad del área atlántica, también cambiará la atención que Estados Unidos y la UE prestarán a esos países. La campaña anticubana a la que asistimos desde hace meses, las continuas injerencias, incluso golpistas, en las políticas de los países que reclaman su independencia económica frente a los robos de las multinacionales, no son sólo producto de la ideología anticomunista sino de la necesidad de recuperar el control de una zona que avanza hacia perspectivas sociales alternativas. Esta necesidad concierne a Norteamérica, pero también a la UE, que se asocia sistemáticamente con Estados Unidos en estas campañas.
La segunda se refiere a la relación entre Estados Unidos y la UE. Si es cierto que el objetivo es reforzar el eje atlántico, esto no puede dejar la relación como estaba antes, porque hoy es EE.UU. quien necesita reforzar su alianza con la UE; Gran Bretaña sola no es suficiente. Pero la UE ya no está dispuesta a desempeñar un papel subordinado y no “de igual a igual” con Estados Unidos.
El polo imperialista europeo se ha “forjado” a lo largo de años de continuas crisis, y éstas siempre han tenido un efecto de refuerzo en Bruselas, de modo que la única relación que puede ser aceptable hoy es la de igualdad. Por otra parte, es la función de Estados Unidos la que está en crisis, ya que se está demostrando que no es capaz de sostener el destino del mundo por sí solo. Además, la UE, a diferencia de EE.UU., tiene la posibilidad de utilizar los “dos hornos”, de modo que si EE.UU. no acepta un cambio en las relaciones, la alternativa de las relaciones económicas con China ya está sobre la mesa. Y es precisamente esta contradicción en la que trabajan tanto China como Rusia. Esta opción es claramente visible en las declaraciones de la UE y de los principales Estados europeos, que difieren de las de Estados Unidos y Gran Bretaña. Naturalmente, las condiciones que se determinen, las opciones concretas que se tomen y los cambios posteriores en las relaciones de fuerza entre las potencias contarán mucho en los escenarios hipotéticos. Sin embargo, lo que hay que entender ahora es el proceso que se pondrá en marcha con las actuales convulsiones, pero que adoptará formas difíciles de predecir en los próximos años.
Como Rete dei Comunisti, creemos que aumentarán los espacios para luchar por una alternativa política y social. En cualquier caso, se confirman dos campos de batalla política e ideológica que venimos siguiendo desde hace tiempo: el del internacionalismo, en particular hacia las experiencias de socialismo del siglo XXI que se desarrollan en América Latina, y el de la ruptura de la Unión Europea entendida como polo imperialista, que paradójicamente encuentra en la crisis de EEUU razones más fuertes para la construcción de un espacio político y económico competitivo.
(Publicado en italiano el 25 de agosto de 2021)