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Editorial RdC
El paso de la reelección del Presidente de la República ha sacado a la luz la condición real de la representación política e institucional en nuestro país, cada vez más degradada política y culturalmente, mucho peor de lo que era en la primera república democristiana y en la segunda berlusconiana.
Hace tiempo que está claro que las cosas eran así -mucho peor de lo que parecía-, pero la omertà política de los partidos, empezando por la Lega y el M5S, y el servilismo de los medios de comunicación han ocultado de algún modo esta realidad a la mayoría de la gente.
Tres gobiernos en una legislatura, la implicación del “salvador de la patria” Mario Draghi, la misma sabiduría/hipocresía democristiana de Mattarella (tenemos un teatro político en el que hay un gran resurgimiento de los democristianos), han llevado a la crisis y al suicidio de un sistema de partidos en el que los llamados polos han llegado al punto de desintegración, por ahora política y en los próximos meses veremos si también organizativa, con escisiones y reorganizaciones varias.
El centro-derecha, siempre primero en las encuestas, se ve sacudido por al menos dos contradicciones irremediables. La primera es la competencia electoral entre Salvini y Meloni, que impide que se produzcan acuerdos estables.
La segunda es mucho más grave y se refiere a las decisiones que se tomarán sobre la Unión Europea, que ciertamente divide a la Liga internamente, con Giorgetti haciendo de “europeísta moderado”, pero que también afecta a las demás formaciones, aunque en tonos más tenues.
En resumen, el centro-derecha está al borde de un ataque de nervios, tal vez preparatorio de una división de esas fuerzas.
En el centro-izquierda, mientras el PD se mantiene en pie -aunque en su capacidad de representar sólo a las clases medias y medias altas del país-, el M5S, un fenómeno anómalo presente en la escena institucional desde hace diez años, se afana en su propio declive.
Por supuesto, si hemos llegado a este punto, no es porque los políticos sean todos incapaces o estúpidos, aunque haya alguna duda sobre Salvini, pero tiene dos razones materiales consistentes.
La primera es la fragmentación de la sociedad y del modelo productivo italiano, producida por las elecciones realizadas en los últimos treinta años, en particular por el centro-izquierda.
Estos han generado un desarrollo económico estratégicamente débil (“lo pequeño es hermoso”), privatizado a expensas del Estado, fragmentado, sustancialmente subordinado y complementario a la estructura productiva de Europa central.
A esta condición estructural, además, hay que añadir la pasividad de los sectores de clase, hoy ideológicamente subordinados. Todo esto hace que sea fácil prever las caóticas perspectivas que surgirán en esta última parte de la legislatura.
La otra causa es el papel cada vez más omnipresente de la UE dentro de los países y en diversas esferas productivas y sociales sobre las que, con el PNRR, se dispone a realizar un nuevo apretón centralizador en función únicamente de la competencia global que somete al mundo entero a presiones que cambian las condiciones generales.
En Italia esto supone un cambio y una jerarquización a la que debe someterse la política y el mundo de los partidos, también gracias a que cerca de la mitad del PNRR utilizado debe ser devuelto como deuda y no “no reembolsable”.
Simplificando, podemos decir que el proceso -en curso desde hace tiempo- de anulación de los procesos institucionales y de decisión política del país y de los principios de la Constitución italiana está llegando a su fin
Mientras que antes el “gobierno de la nación” se basaba formalmente en una estructura interna partidista y “piramidal” del poder político, que se desenvolvía desde el Parlamento hacia la cúspide del Estado, hoy esta condición se está superando con la desbandada de sus componentes, véase el peso del “grupo mixto” y las fracturas internas dentro de los partidos y polos, y con su consiguiente impotencia.
Todo esto ha tenido lugar mientras la retórica oficial nos dice, en cambio, que la elección de Mattarella como presidente de la República es la “recuperación” de ese poder de decisión.
Lo que se está afirmando en los hechos y en las acciones es una “verticalización” del poder de decisión en la que Mattarella como presidente de la República, Draghi como primer ministro y Amato como presidente del Tribunal Constitucional (una elección pasada por alto en silencio) son las terminales de un poder supranacional -la Unión Europea- del que las instituciones y los partidos nacionales están literalmente “colgados”, y que tendrá cada vez menos margen de maniobra porque “Europa nos lo pide”.
En resumen, el proceso de integración en una dimensión supranacional avanza paso a paso, pero inexorablemente.
Ciertamente, las fuerzas políticas más vinculadas a la dimensión nacional -en particular el centro-derecha, pero también el M5S- tratarán de oponerse a este arrastre, tal vez poniendo un radio en la rueda del gobierno de Draghi y tratando de derribarlo, pero todo esto parece más bien el meneo de alguien que ha caído en arenas movedizas, y que cuanto más se menea más se hunde.
Está claro que el efecto de la maduración de esta condición es abrir un espacio político y ampliar la brecha entre los “ciudadanos” -es decir, el mundo del trabajo y los sectores sociales más débiles- y las instituciones.
Pero el problema que se plantea ahora es quién ocupará este espacio, dado que en política ningún espacio permanece sin cubrir durante demasiado tiempo.
Y aquí llegamos a la cuestión que concierne directamente a las fuerzas de clase, políticas y sociales, y a los comunistas. Sin duda podemos decir, recurriendo a la sabiduría popular, que hoy “tenemos pan pero no dientes”.
En otras palabras, si las “condiciones objetivas” son cada vez más favorables a un potencial conflicto político y social, las condiciones subjetivas y organizativas que nos permitirían cubrir ese espacio son absolutamente inexistentes
Es en este punto, por tanto, donde hay que centrarse y trabajar con estas perspectivas y algunas señales que vienen de la realidad.
En primer lugar, una conflictividad generalizada en el mundo del trabajo y de la producción, desde los puertos a la logística, pasando por las fábricas en crisis, derivada de los procesos de reestructuración europeos, que no han hecho más que empezar, y que los sindicatos confederales apenas intentan contener, véase la última huelga general inútil y farsante del 16 de diciembre.
Podemos decir que la lucha de clases desde abajo está empezando a reaparecer, dado que hasta ahora sólo ha actuado la lucha desde arriba, y que los procesos inflacionistas que se vislumbran le darán un nuevo impulso.
El otro elemento importante es la manifestación y la continuación de la importante movilización estudiantil, que se lleva a cabo desde octubre de 2021, y que ha puesto en apuros al gobierno con el asunto del Ministro del Interior Lamorgese, que ha reprimido obtusamente a los estudiantes que protestaban contra las muertes en el trabajo, como le ocurrió al estudiante Lorenzo Parelli mientras trabajaba gratuitamente por la “alternancia escolar”.
Hay que recordar, sin embargo, que en este país las luchas estudiantiles y juveniles han funcionado frecuentemente como volante y detonante de movilizaciones más generales producidas por el malestar social. Esto es ahora claramente visible debido a la pandemia y a las crisis sociales, que sólo se gestionan en beneficio del sector privado y de las grandes empresas.
Por último, la necesidad de una ruptura radical con el actual marco político del gobierno de Draghi también se ve reforzada por la evidente crisis de sectores de la izquierda política y asociativa, que en los últimos años han buscado desesperadamente el acuerdo con el PD, intentando “condicionarlo”, pero que han fracasado en este terreno.
Por lo tanto, se acumulan una serie de factores que sirven para hipotetizar el relanzamiento de una hipótesis política radicalmente antagónica, que va más allá del vertenzialismo de las luchas y que al mismo tiempo pone en cuestión el orden social actual.
Como en la fase de la crisis del gobierno de Berlusconi en 2011, surge la necesidad de construir una representación política independiente de los sectores sociales penalizados, pero que tenga un perfil y un horizonte amplio, que desafíe directamente el desarrollo capitalista desde las contradicciones más generales.
Contra la Unión Europea imperialista y la OTAN, contra las políticas sociales del gobierno de Draghi, por la nacionalización de las empresas estratégicas para el país, por el socialismo del siglo XXI, y más, son los elementos que hay que poner en la base de una alianza política y social que contraponga patronal y gobierno y dé una perspectiva general al conflicto de clases.