| english | español | français | italiano |
Cambiare Rotta Bologna
Ayer por la tarde, en Bolonia, cientos de antifascistas marcharon por las calles de la ciudad de forma compacta, al grito de “NO PASARÁN”, una consigna clara y decidida en respuesta a la agresión que tuvo lugar el 4 de mayo. Una procesión popular, con gran protagonismo juvenil, llevó hasta Porta Maggiore, el lugar de la violencia, la claridad y la rabia, dos elementos indispensables para empezar a organizar la fuerza y responder golpe a golpe a los primeros signos de un nuevo nazismo. Los mensajes de solidaridad que llegaron de compañeros y camaradas de diferentes ciudades y la presencia compuesta de las realidades antifascistas de Bolonia nos muestran un camino por delante, todo por construir. Las liturgias antifascistas, ineficaces o caducas, no tuvieron cabida en una plaza atenta, que tuvo la tarea y la voluntad de dar una respuesta real a los nazis que intentan levantar la cabeza en nuestros barrios con intimidación, violencia y amenazas.
La de anoche fue una plaza que recibe el testigo de una tradición militante antifascista, porque las prácticas antifascistas viven en virtud del hilo rojo que une sus experiencias, tanto en una dimensión geográfica como histórica: desde la Resistencia italiana hasta la Guerra Civil española, que nos ha dado sus consignas, tan claras y eficaces ayer como hoy, No pasaràn; desde los movimientos y partidos antiimperialistas en América Latina hasta la resistencia popular en el Donbass. Estos ejemplos nos enseñan una respuesta desplegada por las fuerzas de clase, pero nuestra tarea es leer las tendencias que se están produciendo ahora. Por ello, la vía de la movilización que ayer vio un primer paso es la respuesta antifascista necesaria al retorno de la amenaza nazi y escuadrista en nuestras ciudades y nuestro país. Hemos dado los primeros pasos para adaptar nuestras prácticas a las advertencias de un nuevo tipo de nazifascismo producido por las condiciones de la fase que vivimos y la precipitación del choque interimperialista en curso. Todo lo que está ocurriendo en Bolonia desde el 23 de abril, es decir, desde que recibimos las primeras intimidaciones, debe leerse a la luz de un marco internacional que se ha acelerado exponencialmente en los últimos meses con la invasión rusa de Ucrania, haciendo madurar procesos que llevaban mucho tiempo trabajando en la sombra.
La guerra en Ucrania, desde sus preludios, ha sido apoyada activamente por las fuerzas gubernamentales europeas, que ya en 2014 en el Euromaidán arengaron a los milicianos del ejército Azov en la plaza Maidan de Kiev llevando a la naciente Ucrania “los saludos de Europa que cree en la libertad y la democracia”. El hecho de que hoy la Unión Europea envíe armas a la recién proclamada “nueva resistencia” ucraniana, sin importarle los “estados de ánimo” de sus ciudadanos y las represalias de la guerra en nuestros países, no es ni casual ni tan heroico como se quiere hacer ver, sino la perfecta continuidad con la política de los últimos años, de silenciamiento de la guerra en Dombass, de legitimación de las milicias nazis útiles a la causa, y de la alianza pro atlantista (no hace falta recordar de nuevo las fotos de los milicianos de Azov con la bandera de la OTAN) en función antirrusa.
La utilización del brazo armado fascista por parte de nuestro sistema no nos sorprende en absoluto, como nos dice muy bien la historia de los comunistas y del movimiento de clase: Es un elemento recurrente en el conflicto de clases del siglo XX también en Italia, cuando las burguesías nacionales evitaron la lucha de clases de todas las formas, desde la financiación de las escuadras del fascismo histórico cuando la revolución de octubre sacudió el mundo y el Bienio Rojo vio cómo la mayoría de las fábricas del país eran ocupadas por levantamientos revolucionarios, hasta el uso de masacres fascistas utilizando el instrumento del Estado, como la masacre de Piazza Fontana de 1969, la masacre de Piazza della Loggia de 1974 y la masacre de Bolonia de 1980. Lo que hay que subrayar, por tanto, es que el fascismo no es sólo un movimiento de camisas negras y cabezas calvas (ciertamente no hay que subestimarlo y siempre hay que vigilarlo), sino que representa una involución de la deriva imperialista, para fortalecerse contra un enemigo interno (las fuerzas de clase) o con un enemigo externo (los competidores en la competencia interimperialista). Se trata de un peligro cada vez más vivo dentro de la crisis estructural que vive nuestro sistema desde hace décadas, que comenzó en 1973 (primera crisis energética) y que ha continuado hasta nuestros días con la crisis de 2008, la crisis de la deuda soberana y, finalmente, la covada: hoy también tenemos guerra. Un sistema en crisis que vuelve a conducir a toda la humanidad hacia el abismo, abriendo la puerta de par en par a las fuerzas de la reacción y la barbarie.
La memoria histórica y una lectura correcta de nuestro presente deben mostrarnos cómo se manifiesta concretamente el fascismo en la actualidad: hoy las milicias paramilitares en Ucrania, el “estado dentro del estado” del batallón Azov, y la mezcla con las fuerzas gubernamentales y la estructura imperialista de la OTAN se han utilizado para controlar una de las fronteras más inestables de la historia, la frontera oriental. Los huevos dejados en el este por las fuerzas imperialistas están eclosionando lentamente, mostrando el peligro de las serpientes que regresan de ellos.
Estamos llamados a afilar nuestras armas, tanto prácticas como teóricas, para ponernos a la altura de una realidad que avanza a pasos agigantados y que se está polarizando hasta tal punto que hoy nuestro enemigo de clase se ha compactado, en el bando de la guerra y las armas, llevando al campo nazi a su redil. Debemos dar una respuesta antifascista que esté a la altura del desafío histórico que supone la construcción de una Internacional Negra -que tiene su base teórica y militar precisamente en Ucrania, y que une con un hilo negro a los nazifascistas de todo Occidente- y el peligro de guerra o de devastación nuclear de toda la humanidad.
Queremos subrayar que esta legitimación pasa también por los fascistas de casa, acostumbrados en los últimos años a sus habituales desfiles de antorchas de la (falsa) memoria, pero que ahora intentan ganar terreno lentamente. En los barrios y universidades donde nuestros compañeros viven y realizan una intervención política y antifascista, en los puertos y almacenes donde el trabajo codo a codo con los sindicatos de clase nos muestra una represalia patronal y fascista cada vez más preocupante: es desde la propia realidad donde vemos el peligroso despeje que está permitiendo el retorno del nazifascismo, desde las cruces celtas en las paredes hasta los intentos de violencia sexual en el centro de la ciudad.
Ayer fue el primer paso en esta dirección, gracias también a la solidaridad antifascista de los compañeros de muchas ciudades de Italia que nos mostraron la cercanía militante: si tocan a uno tocan a todos, porque un compañero que ha sufrido un intento de violación nunca estará solo. Todo el mundo estaba en la plaza, los trabajadores y trabajadoras, los estudiantes y las estudiantes, los jóvenes de los barrios populares. Allí estaban todos los antifascistas que hoy, como ayer, saben reconocer el lado derecho de la barricada.
Es nuestro deber hoy multiplicar las movilizaciones contra la guerra y contra la OTAN, manteniendo la atención militante contra las regurgitaciones nazis y contra el revisionismo histórico. Que Bolonia sea un primer ejemplo de barricada antifascista que debemos equiparnos para construir y practicar en toda Italia.