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Mauro Casadio – Rete dei Comunisti
Hoy Meloni alcanza el 26% de los votos, ayer le tocó a Salvini cantar victoria, antes fue Grillo y antes Renzi, por no hablar de Berlusconi en su momento. Todos estos “vencedores”, excluyendo por el momento sólo al último llegado, se han precipitado inexorablemente de las estrellas al patio de butacas.
Esta tendencia cíclica del sistema político italiano, que ahora se ha hecho evidente, no es ciertamente accidental, sino que refleja una dificultad hegemónica de las clases dominantes que recurren a instrumentos que van desde la alarma política -con el apoyo decisivo del sistema de información- hasta la exaltación del salvador del país, desde Monti hasta Draghi, para reavivar la fortuna del “Made in Italy”; naturalmente haciendo pagar a las clases subalternas y preparándolas para un nuevo “populista”, “soberanista”, “pro-fascista”, etc.
Por supuesto, esta situación no es producto de “conspiraciones”, sino una forma hábil de gestionar las contradicciones políticas reales, una vez superado el “peligro comunista”, volviéndolas a favor de las clases dominantes; una forma que ha sido construida y probada sobre el terreno desde los años 90 por el “think tank” del grupo editorial La Repubblica y su fundador Eugenio Scalfari.
Nos encontramos en una nueva etapa de la patología política nacional en la que el peligro fascista estaría directamente en la puerta, como lo demuestra la llama de Missina en el símbolo de “Fratelli d’Italia”, y probablemente asistiremos en los próximos meses a llamamientos, movilizaciones, representaciones gestionadas por quienes han cultivado y preparado este peligro.
Tal vez enviando al asociacionismo colateral de la CGIL o del PD por delante, con una izquierda “antagonista” a cuestas, pero subordinada a las llamadas del movimientismo.
Obviamente, el partido responsable de todo esto es el Partido Democrático, que, a pesar de haber perdido sistemáticamente todas las elecciones desde 2008, excluyendo las europeas de 2014 con Renzi, sigue desempeñando un papel gubernamental perjudicial para el país, pero ciertamente no para las grandes empresas, las finanzas, la Unión Europea y la OTAN.
Otra prueba de ello es tanto la creciente tendencia al abstencionismo producida por la descarada política transformista, como la metedura de pata cometida por Letta con el M5S que, al “expulsarlo” del amplio campo, le ha dado nueva vida.
Además, en el PD existe la costumbre de quemar a sus dirigentes para la hipercompetencia interna y para seguir teniendo una función de “controlador” de terceros sobre el sistema político nacional.
Lo cierto es que esta función, ante una nueva derrota electoral, corre el riesgo de conducir a su desintegración tras perder a Bersani, Renzi, Calenda y muchos otros.
Ciertamente no es posible hacer predicciones en este sentido, pero la perspectiva del PS francés, ahora reducido a una lumbrera, es ahora una posibilidad real incluso para este nido de víboras.
Pero vayamos a la cuestión que plantea el pasaje electoral, es decir, que un partido heredero directo del MSI de Almirante gane las elecciones y aspire a la presidencia del consejo.
No cabe duda de que esta organización ha conservado su ADN fascista, ni trata de ocultarlo demasiado cuando sus dirigentes y militantes hacen el saludo romano, o celebran algunos de sus aniversarios, o cuando vomitan frases racistas clásicas de su repertorio reaccionario. Obviamente lo consideran un elemento de identidad, valorándolo como útil para su fortalecimiento.
Desgraciadamente, también hay que tener en cuenta el “adelantamiento” realizado por Meloni, con cerca del 27% del voto femenino, sobre las feministas del PD que hablan mucho pero luego se muestran incapaces de cambiar la dirección política del partido, feminista de palabra pero machista de hecho.
Hay que dar la respuesta más dura posible a los aspectos más reaccionarios que surgen con la movilización y la lucha, evitando que el futuro gobierno se esconda tras un falso maquillaje democratizador.
Pero los neofascistas también deben aceptar la realidad que hoy significa la guerra, la crisis económica y social, pero sobre todo el respeto a los dictados de la Unión Europea.
Por otra parte, cualquier fascismo nunca se ha afirmado sin la complicidad de la gran burguesía, a la que hoy, en cambio, le gusta representarse de forma blanda y “democrática”, defendiendo los derechos, el medio ambiente y todo el repertorio ideológico que se nos presenta diariamente en los medios de comunicación.
Así que el gobierno de la derecha tendrá que afrontar y gestionar una dura fase de regresión social y económica traicionando su retórica contra las grandes empresas, las finanzas e incluso la Unión Europea; y ya podemos ver los primeros síntomas de esta reconversión.
En la rueda de prensa sobre el resultado de las elecciones, Meloni dijo que ha llegado la “hora de la responsabilidad”, que tranquiliza a Draghi y a la élite europea proponiendo redactar la próxima ley financiera a cuatro manos con el primer ministro saliente, y que, como primera prueba, pretende mantener su compromiso de eliminar la renta de ciudadanía obedeciendo a las normas de la UE sobre el rigor presupuestario.
Paradójicamente, estamos ante una inversión de las funciones políticas de la izquierda y la derecha en las últimas décadas. En los años 90 y hasta las elecciones de 2006, fue el centro-izquierda quien se encargó de las políticas de austeridad, golpeando y retrocediendo económica y socialmente a su base electoral.
Hoy es precisamente esta derecha “antisistema” la que debe asumir los intereses del sistema si quiere seguir en el gobierno, de lo contrario está preparada para el tratamiento “duro” que ya se aplicó con Berlusconi en 2011, como anunció Von Der Leyen, presidenta de la Comisión Europea.
En resumen, probablemente estemos ante una película que ya hemos visto muchas veces, en la que el ganador electoral se convierte en la víctima sacrificial de las políticas antipopulares, ahora también belicistas, de la UE.
Para sellar esto, ya se ha producido el giro de 180º de Meloni, apoyando la OTAN y las políticas imperialistas euroatlánticas, en claro contraste con cuando simpatizaba con Rusia y Putin, como siguen haciendo en cierto modo sus aliados la Liga y Berlusconi, tratando de no parecer demasiado traidor.
Si consideramos que este es el panorama político nacional, no podemos dejar de valorar los resultados obtenidos por la lista a la que dimos nuestro apoyo político y organizativo como RdC, es decir, la Unión Popular.
El resultado del 1,5% tiene ciertamente sus razones en la forma en que la Unione Popolare fue literalmente arrastrada a la agonía electoral, prácticamente en los días siguientes a su primera asamblea política, el 9 de julio, pensando que podía contar con un período de unos pocos meses para definir un proyecto político que tuviera su propia credibilidad, estructuración y raíces sociales.
La crisis del gobierno “insumergible” de Draghi, la elección de Mattarella de ir directamente a las elecciones y el periodo estival nos obligaron a un tour de force que, sin embargo, permitió la participación electoral y un resultado inadecuado, pero que demostró, incluso con una campaña electoral dinámica y articulada, una realidad presente en el país.
Sin embargo, una vez pasada la tormenta electoral, es imprescindible volver a la reflexión para definir bien los objetivos para construir una representación política de los sectores sociales penalizados, de ahí el carácter organizado que debe asumir la propia Unión Popular, y también el proceso a seguir para transformar las palabras en hechos, con un recorrido complejo que desgraciadamente no se presta a simplificaciones.
Debemos tener clara la dimensión de la cuestión que ahora vamos a abordar, relativa a la condición de las clases subalternas en nuestro país; subalternas no sólo como condición material sino sobre todo en el plano ideológico, con los efectos políticamente devastadores que podemos comprobar en cada paso electoral.
Para nosotros, el resultado electoral obtenido tuvo una función positiva con la promoción de un momento y un camino colectivo, que sin embargo es sólo el presupuesto de una posibilidad, de una potencialidad, todo por construir.
De hecho, no podemos dejar de hacer una valoración objetiva de los datos cuantitativos conseguidos por la lista, que supera ligeramente -unos 30.000 votos más- a los obtenidos por Potere al Popolo en 2018, es decir, en una condición muy similar a la actual, con la convergencia del PRC.
En definitiva, si la carga subjetiva se ha ampliado positivamente, lo diferente es encontrar el camino más allá de lo que es el ámbito estrecho, aunque importante, de la izquierda más radical presente en el país, pero hasta la fecha absolutamente insuficiente para abrir perspectivas más amplias.
Se trata, una vez más, de un fuerte arraigo social, de relaciones de masas organizadas en el mundo del trabajo y entre los jóvenes, y sobre todo de militantes que trabajen en este objetivo, ya que una sociedad replegada sobre sí misma no expresa espontáneamente una oposición consciente, sino sólo una ira pasiva y sin perspectivas, como hemos visto demasiadas veces en los últimos años.
Esta posibilidad surge de la constatación de las perspectivas que se materializarán en los próximos meses y años con el carácter estructural y a largo plazo de la crisis que ya se ha abierto con la pandemia.
Esto afectará a los datos puramente económicos, desde la inflación a los salarios, pasando por la precariedad; a los políticos, con un estrangulamiento democrático ya iniciado por Draghi y Mattarella; y sobre todo, a la era de la guerra en la que nos movemos.
Ante la crisis sistémica, no basta con las tácticas políticas clásicas, en las que el posicionamiento político sobre los acontecimientos es la práctica principal y prevalece sobre la planificación, debemos darnos cuenta de que lo que falta es la construcción de fuerza, de organización política arraigada en la sociedad.
Para responder a la necesidad de cambiar las relaciones de poder, y no limitarse a la mera representación, hay que explicitar ciertos elementos en la perspectiva que se va a construir.
La primera es presentarse como una fuerza que pretende claramente superar el actual orden social capitalista hacia otro modelo social vinculado a la perspectiva socialista. La identidad no es algo que deba ocultarse, por otro lado tenemos a la FdI que tiene en su símbolo la historia de la Missina y por tanto rebajar su identidad significa simplemente desaparecer en la corriente principal.
La otra es la de la organización, que nunca es una cuestión de organización, en el sentido de que es un proceso de construcción en el tiempo que debe tener en cuenta la realidad de la que parte.
La UP está formada por diferentes fuerzas, más o menos organizadas, que deben encontrar la manera de sintetizarse con paciencia y en una situación muy compleja en la que las aceleraciones son contraproducentes.
En el ADN de la Unión Popular debe estar la construcción de una relación de masas con los sectores sociales que no sea episódica sino proyectual, con capacidad de impulsar movimientos generales de lucha y al margen de los aparatos políticos y sindicales que nos han traído hasta aquí.
En definitiva, como se dice en estos casos, a trabajar y a luchar.
CREDITS
Immagine in evidenza: Salvini Berlusconi Meloni 2018
Autore: Nick.mon; 23 ottobre 2021
Licenza: Creative Commons Attribution 4.0 International;
Immagine originale ridimensionata e ritagliata