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Mauro Casadio
El estancamiento como acumulación de contradicciones
Si se nos pide que hagamos un análisis de la situación actual, corremos el riesgo de ser tendenciosos si no analizamos las condiciones que condujeron al momento actual. Así pues, para describir la dinámica que conduce ahora a la “formalización” de las contradicciones actuales, debemos esbozar brevemente el camino recorrido por éstas en la última década.
Ciertamente, tras el fin de la URSS hubo una fase de estabilidad debido a la posibilidad de que el capital se autovalorizara utilizando los enormes espacios materiales que se habían creado, incluida China, y al desarrollo de las fuerzas productivas provocado por la ciencia y la tecnología y la fuerte reducción de la lucha de clases, desde abajo, a nivel internacional.
Esta condición “virtuosa” duró hasta la crisis financiera de 2007/2008, aunque fue precedida por otros momentos de caída de las finanzas, marcando un cambio inicial en la línea de crecimiento, curvándose hacia una tendencia más “plana”; y en la última década, esta tendencia se ha acentuado aún más.
Sin embargo, este estado de cosas, caracterizado por una crisis latente, no ha puesto en cuestión la hegemonía estadounidense y el equilibrio de poder internacional, sino que ha provocado el aumento de los competidores potenciales, lo que ha llevado a un estancamiento en las relaciones de poder internacionales.
Debe quedar claro que por “relaciones de poder” no nos referimos a las eminentemente militares, sino que, además de éstas, por supuesto, también nos referimos a las económicas, sociales, ideológicas, etc., es decir, al desarrollo global de los distintos actores en el terreno.
El estancamiento fue provocado por factores estructurales que trataré de enumerar de forma concisa, empezando por un concepto general que considero más útil para proporcionar una interpretación estratégica de la situación.
Me refiero al uso del término “modo de producción capitalista” en lugar del término “capitalismo”, que define las características específicas de los distintos países, sus relaciones de competencia, pero relega la dinámica general a un segundo plano.
Si hasta finales del siglo XX existía un mundo bipolar formado por dos sistemas sociales antagónicos, el año 91 determinó el potencial de la globalización de los PSM, que en los treinta años siguientes se materializó realmente; es decir, las posibilidades de crecimiento extensivo estaban “saturadas”. El potencial adicional para “capitalizar” otros espacios es ahora residual en comparación con el tamaño ya alcanzado del mercado global.
Hemos pasado de la sobreproducción de mercancías de los años 70 a la sobreproducción de capital, con un enorme proceso de financiarización, permitiendo así que enormes inversiones ocupen los espacios productivos que se han abierto desde los años 90. Ante la limitación del crecimiento del mercado, que se ha manifestado gradualmente, la oferta monetaria disponible tiende a reproducirse y a aumentar su valor sólo en la dimensión financiera y especulativa. De ahí las frecuentes crisis financieras y burbujas especulativas.
Dentro del crecimiento de esta masa financiera anómala, la posición de monopolio del dólar se va minando con el tiempo; paradójicamente, el primer acto fue el nacimiento del euro, es decir, de los aliados de la OTAN, rompiendo una situación de hecho que se daba desde 1971. Posteriormente, la moneda china y la proliferación de criptomonedas se impusieron como síntoma de la erosión constante y consistente del monopolio monetario estadounidense.
Un enorme aumento de la composición orgánica del capital en la producción en todo el mundo. Esto ha producido una serie de efectos a una escala nunca antes experimentada históricamente; el crecimiento del capital fijo en la producción ha ido acompañado de la reducción de la FL necesaria. El proceso que comenzó en los centros imperialistas llega ahora a lo que fueron las periferias productivas que ya no son tales; véase precisamente China.
En términos económicos, esto significa una reducción de los mercados de bienes, incluso de los que se encuentran dentro de los países imperialistas, causada por el empeoramiento de las condiciones de trabajo y de vida de las clases subalternas, que han tenido porcentajes cada vez menores de la riqueza producida en todo el mundo.
También se ha llegado a un punto muerto en la esfera militar, donde el desarrollo tecnológico general (es decir, también disponible para países relativamente importantes) y el equilibrio nuclear han impedido hasta ahora el uso extensivo de la destrucción de capital por la guerra. Esto sólo ha sido posible desde los años 90 de forma limitada en las docenas de conflictos más o menos grandes que han sido básicamente decididos por el Occidente imperialista.
“Por último, pero no por ello menos importante”, el límite medioambiental y la finitud del planeta entran en contradicción directa con un capital globalizado que tiende al crecimiento infinito y que se ve obligado a forzar ese límite objetivo insuperable. Esta es la realidad a pesar de la mistificación ideológica que se hace de la defensa del medio ambiente y sobre la que la UE ha construido su imagen política internacional, que en realidad está bastante empañada hoy en día.
La evolución y el agravamiento de estas contradicciones básicas de la MPC ha procedido de forma cárstica, sobre todo en la última década, produciendo fricciones cada vez más fuertes, pero que las fuerzas del campo (estatales, empresariales, políticas) han contenido para evitar un conflicto del que hubiera surgido una ruptura del equilibrio internacional, todavía dominado por EEUU, produciendo un choque con resultados inciertos, como efectivamente estamos viendo.
El fin del estancamiento, el reflejo geopolítico y la guerra
La combinación de estas contradicciones ha funcionado sistemáticamente y está produciendo un salto cualitativo en la situación que ahora está ante los ojos de todo el mundo. Podemos decir, en resumen, que la ruptura histórica en curso (aún estamos en el inicio de su potencial) es de la misma profundidad que la que se produjo con el fin de la URSS, pero de signo político opuesto.
El síntoma del punto de “saturación” alcanzado fue la huida de Afganistán de EEUU y la OTAN, es decir, de todo Occidente. La derrota no fue militar, los talibanes no tenían la fuerza, ni es comparable a la huida de VietNam, donde el enfrentamiento vio a las potencias militares y nucleares de la época, EE.UU., la URSS y China, directamente en el campo.
Sencillamente, se hizo evidente la imposibilidad de que Estados Unidos, a pesar de la ausencia de antagonistas estratégicos, mantuviera el objetivo que se había fijado para el siglo XXI, es decir, mantener y aumentar su hegemonía mundial.
La imposibilidad de practicar tal objetivo se ha hecho evidente, y las guerras libradas en Oriente Medio desde el 91 para asegurar su control han fracasado todas, ya que Estados Unidos no tenía concretamente la fuerza material para mantener ese papel.
En realidad, para los occidentales esa limitación ya era evidente y se formalizó de alguna manera en el G7 celebrado en junio del 21 en Cornualles, donde la recomposición occidental, en la confrontación total con China, fue evidente; tanto como para teorizar una “ruta de la seda democrática” atlántica en oposición al crecimiento chino y a las posibilidades de crecimiento autónomo en Asia.
En resumen, el fiasco afgano mostró esta pérdida de poder para la continuidad del proyecto unipolar, sacando a la luz del día todas las contradicciones hasta ahora ocultas debido a una voluntad común y al equilibrio de poder.
Fue este repliegue estratégico realizado en Asia y la necesidad de la OTAN de consolidar su control en Occidente, con la extensión de éste al Este, lo que produjo la intervención rusa en Ucrania, elevando las apuestas y desafiando a la UE y a EE.UU. también en el plano nuclear y rompiendo así también formalmente el estancamiento.
En cierto modo, se ha revelado como un “rey desnudo” que no puede hacer con Rusia lo que ha hecho en el pasado con Yugoslavia, Irak y Libia.
Así que los acontecimientos ucranianos tienen que ver con el reequilibrio de las relaciones de poder a nivel mundial. Un reequilibrio que abre una fase, no sabemos cuán larga, de confrontación y caos internacional.
Sin entrar en demasiados detalles, y describiendo la dinámica aunque de forma cruda, lo que está surgiendo es una confrontación entre el área euroatlántica y el área euroasiática (con Europa actuando aparentemente como pivote y fricción), donde, sin embargo, los sujetos más en apuros estratégicamente son los imperialismos históricos del mundo occidental.
En la amplia confrontación que se está abriendo, mucho más allá de los acontecimientos concretos de Ucrania, la causa de la dificultad proviene del hecho estructural de que el potencial de crecimiento está casi todo en manos de la teorizada zona euroasiática.
Esto se debe al tamaño del mercado y de la población, al nivel tecnológico bastante avanzado alcanzado especialmente en China, al potencial militar global con Rusia y a los recursos naturales. Elementos todos en beneficio de esta parte sustancial del mundo que podría aspirar a un crecimiento independiente de Occidente.
Por otro lado, la zona euroatlántica tendría unos márgenes de crecimiento mucho más estrechos, con contradicciones internas tanto en África como en América Latina y con un equilibrio que hay que encontrar entre EE.UU. y la UE, que en cualquier caso son competidores aunque no antagonistas.
Esto tanto en términos monetarios -el euro es una realidad separada del dólar- como en la redefinición de las relaciones dentro de la OTAN, en cuyo seno la UE pretende desarrollar su propia capacidad militar.
Junto a estas dos áreas, también se está produciendo un desmoronamiento de lo que eran las alianzas occidentales, desde los Emiratos Árabes hasta Turquía y otros, que tienden a redefinir sus propios intereses más allá de lo que hasta ayer eran los alineamientos internacionales.
Crisis y demonización
Los numerosos análisis e hipótesis posibles, que pueden orientarse en varias direcciones, deberán verificarse en la evolución futura de un cambio histórico que en realidad no ha hecho más que empezar. Así que se nos “permite” hacer hipótesis y apuestas sobre los escenarios teniendo clara su relatividad.
Sin embargo, hay un hecho que ya está claro, si adoptamos el punto de vista de la MPC y no de los “capitalismos” individuales que compiten entre sí; es decir, ya no existen las condiciones para un crecimiento acorde con el tamaño del capital mundial y su necesidad de valorización, a menos que avancemos hacia una guerra generalizada y probablemente nuclear. Pero esta es una perspectiva que ahora es prematura de investigar.
Los crecimientos parciales que son posibles en el actual estado de cosas -hablamos de la masa de capital y de las tasas de ganancia- pueden ser el producto de una acentuada explotación de la fuerza de trabajo y de la naturaleza, entendida en términos modernos, pero también del choque y la competencia de intereses que se están constituyendo como bloques económico-financieros. Esta es una perspectiva que ciertamente no induce al optimismo.
Como se ha mencionado, a la fase unipolar de la globalización parece seguirle el establecimiento de bloques/alianzas en competencia multipolar con dos actores principales, pero también con otros países que intentan seguir caminos autónomos adecuados a sus propios intereses, más allá de los posibles alineamientos.
En este escenario, representado aquí de forma bastante sucinta, se dejan de lado los aspectos específicos de los distintos actores del campo, en particular la naturaleza de los estados que se refieren de alguna manera al socialismo, es decir, China, otros países de Asia, pero también los de América Latina.
La condición a la que nos enfrentamos ahora con la derrota de la URSS -entendida no como una experiencia concreta y contradictoria, sino como la posibilidad de una alternativa social global- es que la dinámica del MPC se ha afirmado plenamente en todo el mundo, lo que no deja lugar a la mediación de intereses; sobre todo hoy, cuando se han alcanzado los límites mundiales de ese crecimiento, a partir de los cuales sólo se puede retroceder.
Ciertamente. el Partido Comunista Chino ha utilizado este modo de producción para su propio crecimiento global mientras dejaba inalterado el sistema político, logrando ciertamente hacerlo al menos en parte; pero se trata de una prueba para comprender si será la dinámica del capital la que a largo plazo condicionará las opciones estratégicas del país.
Por lo tanto, estamos atravesando una fase regresiva debido a las limitaciones materiales enumeradas que, aunque no conduzca necesariamente a un conflicto inmediato (la OTAN sobre Ucrania envía armas, pero no interviene y se limita a hacer que esa población luche en nombre de otros), en el futuro puede contemplar muy concretamente un conflicto nuclear.
Este modo de producción, de hecho, no contempla soluciones generales y emancipadoras, sino sólo la competencia hasta sus últimas consecuencias; como, por otra parte, nos recordó Von Der Leyen en varias ocasiones cuando dijo que la UE debe mantenerse en un mundo hipercompetitivo.
Condiciones cambiantes para la UE
El cambio en los equilibrios mundiales y el fin de la fase “estática” unipolar afecta inevitablemente al largo proceso de construcción de la Unión Europea, actuado por los grupos dominantes a lo largo del tiempo de forma coherente y en relación con los desarrollos que se han producido de vez en cuando en las distintas etapas.
No es casualidad que al comparar el panorama general de principios de los años noventa con el actual, la única constante que se mantiene y no retrocede es la construcción de esta nueva entidad estatal, aunque en formas que aún no son definitivas.
Sin embargo, ha habido muchos obstáculos serios en las décadas de construcción. Empezando por la crisis financiera de 1992 y el acuerdo de Maastricht que inició la deconstrucción del Estado del bienestar, y luego el nacimiento del euro, que los casandras de la derecha y de la izquierda dieron prácticamente por muerto.
La crisis financiera de 2007/2008, la crisis de la deuda soberana griega que reflejó una dificultad continental en particular de los llamados PIGS, el inicio del Quantitative Easing gestionado por Mario Draghi del BCE, la crisis de Ucrania de 2014 -donde la UE apoyó el golpe de Estado- y finalmente la pandemia, a menudo leída como una nueva verificación de la impotencia de la UE.
En realidad, fue precisamente en esta última fase cuando la UE se anotó serios puntos en el frente económico, más allá del aspecto puramente sanitario de las vacunas, que reveló, en cambio, la crisis estructural de la asistencia pública.
Aprovechó la oportunidad para crear un primer paso hacia una deuda europea común, a la que se opusieron firmemente los países del norte de Europa, fortaleciendo el euro en el mercado mundial como efecto secundario, y se dispuso a centralizar la estructura industrial de Europa.
El PNR representa esta perspectiva al aspirar a una reestructuración continental de la producción, recuperando y acortando las cadenas de producción en la zona europea, mediterránea y norteafricana, que también puede ser controlada militarmente por la UE.
Por último, se intentó dar un barniz ecologista a las políticas energéticas, que en realidad se “despegó” rápidamente ante los vientos de guerra procedentes de Ucrania.
En resumen, las crisis periódicas que se han producido en los últimos treinta años han sido en realidad la “gasolina” con la que ha viajado la UE.
No cabe duda de que la precipitada situación bélica en Europa vuelve a crear una condición que obliga a los grupos dirigentes de la UE a redefinir su papel en las relaciones internacionales y en el dominio político y social interno.
De hecho, la cuestión de un ejército europeo está sobre la mesa desde hace tiempo, se reconoce su necesidad para dar a la UE un papel más fuerte en el contexto mundial, pero hasta ahora ha habido muy pocas opciones concretas en este sentido.
Por lo tanto, lo que está ocurriendo es ciertamente una dificultad, pero también una oportunidad a tener en cuenta, y el aumento del gasto militar al 2% es un excelente ejemplo de ello.
Volviendo al panorama general expuesto, Estados Unidos necesita reforzar su esfera de influencia atlántica, que por un lado tiene que contar con el enemigo “externo”, es decir, Rusia, que se proyecta hacia un acuerdo estratégico con China, pero también con los demás estados asiáticos.
India, Irán, Kazajstán y las antiguas repúblicas soviéticas de Asia Central, e incluso el Afganistán talibán, son las relaciones que se están tejiendo a nivel económico; el ejemplo del acuerdo entre India y Rusia sobre el carbón es significativo, y diplomático, con una aceleración producida por la manifiesta impotencia occidental en ese ámbito.
Pero también es necesario redimensionar la autonomía de la UE tanto política como económicamente; sin olvidar que la resistencia del euro sigue representando un límite a la fuerza del dólar, sobre todo en una época de multiplicación de monedas y criptomonedas, como medio de cambio y reserva internacional.
La actual crisis militar es exactamente el producto de estas necesidades estadounidenses, que pretenden una vez más encender un conflicto en Europa dejando una vez más fuera el territorio estadounidense.
Este juego ya se había jugado en los años 80 con los euromisiles, donde básicamente se mataron los clásicos “dos pájaros de un tiro”, conteniendo a la URSS por un lado y aplastando la ostpolitik de la Alemania de Willy Brandt por otro.
Por supuesto, este “juego” estadounidense es hoy una especie de compulsión a la repetición, pero se inscribe en un contexto completamente diferente, y no es en absoluto seguro que tenga el mismo resultado que en los años ochenta.
La UE lleva mucho tiempo diciendo que pretende ser una potencia capaz de sostener una era de hipercompetitividad; las declaraciones en este sentido se multiplicaron en los meses previos a la guerra.
Así pues, el obstáculo que debe superar la UE es cómo permanecer en la OTAN, aunque sólo sea por la disparidad militar con EE.UU., convirtiéndose en un socio de debate en igualdad de condiciones con su obligado interlocutor de ultramar, dado el contexto internacional.
Lo que se le presenta a la UE es otra prueba en el camino hacia su “certificación” como sujeto unitario plenamente imperialista. Una prueba cuyo resultado, por el momento, no es en absoluto una conclusión previsible, pero que se inscribe en la lógica de la construcción de un “nuevo” competidor mundial.
Esto implica un rearme sustancial con la disminución del gasto social, que ya está en marcha, la utilización de recursos energéticos fósiles, como declaró Draghi, la reactivación de las centrales nucleares, etc.
En resumen, se salta toda la retórica pacifista y ecologista de la UE y la de los derechos sociales, socavando los círculos políticos y sociales que han creído en esta hipótesis y la han apoyado, empezando por el vejado y mimado movimiento de Greta Thunberg.
Por último, la aceptación total de los inmigrantes ucranianos, dejando aún fuera a los de África y Asia, desmonta otra pieza de la imagen “buenista” en la que creían descansar el “poder blando” del viejo continente.
Es demasiado pronto para hacer predicciones sobre el resultado de esta transición, porque hay muchos escenarios posibles, todos ellos susceptibles de sufrir fuertes cambios en función de los acontecimientos que se produzcan; pero es importante tener clara la tendencia de la UE a establecerse como potencia mundial. Una potencia que, en nuestra opinión, sólo puede tener carácter imperialista.