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Rete Dei Comunisti en Boletín Internacional Enero 2024
La huida occidental de Afganistán en el verano de 2021 y la expulsión gradual de Francia (y otros países) del Sahel fueron dos de los principales puntos álgidos -desde el punto de vista militar- de la hegemonía occidental en contextos que -salvo breves periodos- han sido pivotes de la dominación imperialista.
Los sucesos de Afganistán y el Sahel mostraron la debilidad inherente del imperialismo occidental a la hora de mantener una dinámica neocolonial ocupando militarmente, subyugando políticamente y explotando económicamente esos territorios.
Estos dos episodios fueron la representación plástica de un cambio en las relaciones de poder mundiales en un contexto en el que la vía de la desvinculación de las cadenas de suministro occidentales y la posibilidad concreta de entrar en una configuración de relaciones que deje de lado la lógica neocolonial es cada vez más viable.
Con el desarrollo del actual conflicto israelo-palestino, este declive occidental se ha hecho cada vez más evidente, sobre todo ante la decidida respuesta a escala regional de las fuerzas de la Resistencia que cada vez se lo ponen más difícil a Israel y a sus aliados.
Entre ellas se encuentran Hezbolá en Líbano, que derrotó a Israel en 2006 tras haberle obligado previamente a retirarse del sur del país en 2000, la Resistencia “chií” en Irak, que ataca constantemente a los contingentes estadounidenses en el país y en Siria, y los “rebeldes” yemeníes, cuya capacidad militar y consenso popular han madurado tras años de resistencia a la coalición liderada por Arabia Saudí y una de las tradiciones de lucha más avanzadas de todo Oriente Próximo.
Si los destinos del sionismo siempre han estado atados por un doble hilo -en una relación de implicación mutua- a los del bloque euroatlántico, es evidente que es necesario situar el significado político de la Resistencia palestina en la actual fase histórica dentro de un conflicto más amplio y a escala regional.
Un contexto en el que se entrelazan el ocaso de la hegemonía occidental y la afirmación de un mundo efectivamente multipolar: en el marco de una tendencia cada vez mayor a la guerra y de la incapacidad -por parte de quienes han sido los gendarmes del Modo de Producción Capitalista- de resolver diplomáticamente los conflictos que han heredado y contribuido a fomentar.
También nos encontramos en una transición de época, que no parece que vaya a configurarse “pacíficamente” en la actualidad.
Esto sucede en una región en la que la hegemonía occidental ha sido desafiada por potencias regionales -como Irán- , por el arco de resistencia de la llamada Media Luna chiíta y por actores geopolíticos globales como la Federación Rusa y la República Popular China, que en cierto sentido lideran la redención del Sur Global en el mundo multipolar.
Además, incluso países que fueron peones históricos de la hegemonía occidental sobre el terreno como Turquía -miembro de la OTAN- y Arabia Saudí han empezado hace tiempo a diseñar su propio modelo de desarrollo y el marco de sus relaciones económico-diplomáticas de una forma más desvinculada de los planes estadounidenses.
En esta dinámica de afirmación de un orden distinto del prefigurado por EEUU, dos acontecimientos han marcado especialmente el destino de “Oriente Próximo”.
El primero, en orden temporal, es la intervención de Rusia en Siria contra la insurgencia yihadista en otoño de 2015, que contribuyó al fracaso de los planes de desestabilización occidentales en la guerra por poderes contra el país árabe.
El segundo fue el inicio de la normalización de las relaciones diplomáticas entre Irán y Arabia Saudí -con la apertura simultánea de una solución político-diplomática a la guerra de Yemen- gracias a la mediación china en la primavera del año pasado.
No de menor impacto fueron los infructuosos intentos de convertir a Irak en un protectorado occidental tras haberlo invadido y ocupado desde 2003, y de aplastar a la República Islámica, o al menos de hacer surgir en su seno un liderazgo más “dialogante” con Occidente.
También hay que subrayar el nuevo protagonismo de la Liga Árabe promovido por Argelia. Fue precisamente la Liga Árabe, por iniciativa de Argel, la que volvió a situar la lucha palestina en el centro de su agenda y acogió de nuevo en sus filas a Siria, sentando las bases de una mayor autonomía de la burguesía árabe en su oposición al proceso de normalización con la entidad sionista.
Si en el plano militar el conflicto israelo-palestino ha adquirido una dimensión regional -como lo ha hecho, mutatis mutandis, varias veces desde 1948-, en el plano político se ha internacionalizado con la acción de Sudáfrica ante la Corte Internacional de Justicia de la ONU, apoyada por un arco cada vez más amplio de países y fuerzas.
Esta acción no sólo juzga literalmente las acciones de Israel, sino también su complicidad occidental, y constituye un puñetazo en el estómago para quienes se han erigido en portavoces y paladines de los “derechos humanos”, pero permanecen mudos y pasivos ante el genocidio.
La operación “Inundación de Al-Aqsa” llevada a cabo por Hamás el 7 de octubre confirmó que no puede haber paz en Oriente Próximo sin el cumplimiento de las reivindicaciones históricas palestinas.
Al mismo tiempo, señaló que el mecanismo de escalada militar en la región no puede invertirse a menos que se actúe sobre su principal vector: Israel.
Es en esta nueva fase del fin del estancamiento en el enfrentamiento entre bloques políticos en todo el mundo y de la militarización de las relaciones internacionales cuando debe analizarse y comprenderse el conflicto a escala regional.
Por eso organizamos una jornada de análisis en profundidad, de confrontación y de debate público el domingo 25 de febrero a partir de las 10 horas en Milán, en el círculo familiar de la Unidad Proletaria, Viale Monza 140.