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Mauro Casadio, Rete dei Comunisti
A finales de este año, hemos sido sometidos a un bombardeo ideológico sistemático que comenzó con la reunión del G20 en Roma, a la que no asistieron ni China ni Rusia, y continuó con la COP 26 sobre medio ambiente.
En estas cumbres se repiten discursos y fórmulas que se vienen repitiendo desde hace años, sin ningún efecto práctico y dando lugar, una vez más, no a un ratón, sino a un ratón araña.
Cumbres que se revisten de una retórica cansina y molesta y que se pueden comparar con las que hacían las familias reales europeas antes de la Gran Guerra en las que exhibían condescendientemente los buenos lazos entre los parientes reinantes como garantía para los pueblos de Europa, y luego ya sabemos cómo acabó aquello.
Una parodia de esos momentos fue la ridícula farsa de la fuente de Trevi en la que todos los jefes de Estado arrojaron patéticamente una moneda a la fuente juntos.
La amplificación ideológica de los acontecimientos es un producto directamente proporcional a las dificultades y a la incapacidad de los grupos dominantes de los países imperialistas para resolver los problemas que han planteado, que se han vuelto inmanejables y están fuera de su alcance.
Esta interpretación no es sólo una de nuestras opiniones sectarias y extremistas, sino que es una instantánea de una situación que ya se puso de manifiesto en agosto con la huida de Estados Unidos y la OTAN de Afganistán, donde la derrota ideológica de las innumerables “guerras humanitarias” que nos han endilgado en las últimas décadas pesó más que la derrota militar.
Hoy, de hecho, ya no se pueden volver a proponer, tal es el descrédito que ha sufrido el intervencionismo imperialista de principios de siglo, comparable a las guerras coloniales del siglo XIX.
Incluso el cínico abandono de los colaboracionistas afganos a su suerte en manos de los talibanes es un elemento más de la crisis hegemónica, ya que los aliados de Estados Unidos saben por los hechos que pueden ser abandonados en cualquier momento por sus “protectores”
Pero, ¿por qué las potencias que hasta hace poco se creían dueñas del mundo ahora sólo pueden intentar ocultar su impotencia con la retórica de su ideología? La razón radica en el estadio alcanzado por las fuerzas productivas y la globalización de las relaciones capitalistas.
En la historia, los capitalismos hegemónicos de las distintas épocas, en competencia con sus “pares”, fueron reemplazados por las nuevas economías advenedizas, como le ocurrió a Holanda en el enfrentamiento con Inglaterra y a Inglaterra con los imperialismos europeos en el cambio de los siglos XIX y XX, competencia que finalmente terminó a favor de Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial.
Esta evolución por competencia podía reproducirse porque existían los espacios materiales para tal crecimiento y porque el carácter “revolucionario” de la burguesía se expresaba a través del continuo cambio y desarrollo de la ciencia y la tecnología aplicada a la producción capitalista, tanto civil como militar.
Es en este nivel que la experiencia socialista de la URSS también fue derrotada, ya que se aferró a una competencia militarista que le impidió ver que este carácter revolucionario del capital no estaba en absoluto latente a pesar de la crisis de los años setenta, por lo que el mundo actual ha sido completamente capitalizado por el movimiento ascendente del capital.
El efecto que se desprende hoy de tal dinámica es que esta dimensión del desarrollo desencadena una fase de crisis a partir de la de los capitalismos históricos. El auge de China, la aparición de potencias económicas intermedias como India, Rusia, Irán, Vietnam, Brasil y otras, ha provocado una saturación del espacio económico y financiero que aún no se ha resuelto, y ha aumentado la hipercompetencia, de la que tuvo la amabilidad de hablarnos la Presidenta de la UE, Ursula Van Der Leyen.
Pero Biden también dijo en su cumbre con el Presidente chino Xi que los dos países son “competidores” pero no “enemigos”.
Por otra parte, la “solución” clásica de la destrucción generalizada del capital, es decir, las guerras mundiales, para relanzar el desarrollo y afirmar una hegemonía dominante son difícilmente viables dado el entrelazamiento internacional de la dimensión financiera y el nivel destructivo de las armas atómicas.
Y ciertamente no es una coincidencia que hoy en día esté cobrando fuerza la discusión sobre el uso de la energía atómica, un uso que siempre puede convertirse en instrumentos de guerra
Si este es el fondo de la cuestión, ya no basta con una interpretación basada en los capitalismos y su competencia como “epifenómenos” de un arreglo estructural. Lo que está surgiendo es una limitación del modo de producción capitalista, independientemente de las formas históricas específicas que haya adoptado, que tiende a la valorización del capital hasta el infinito.
La cuestión es que esta tendencia entra en contradicción con un sistema natural limitado, y aunque todavía es posible aplazar los términos de tal contradicción estructural a corto plazo, está claro que lo que está en juego hoy es la sustitución del MPC por una alternativa sistémica, o, como se ha dicho repetidamente, con la destrucción mutua de las clases en lucha.
La orgía de ideología a la que nos someten diariamente los medios de comunicación de masas, los intelectuales burgueses-orgánicos y los aparatos del Estado tiene exactamente este propósito, no enfrentar la contradicción por impotencia sino tratar de anestesiar las reacciones políticas de las clases subalternas y de los pueblos de la periferia.
Es precisamente en este punto donde la cuestión medioambiental deja de ser un asunto de “élites” intelectuales, nacidas incluso de la nobleza inglesa como nos dice “La Repubblica”, para convertirse en objeto de acción política de las fuerzas de clase y comunistas.
En realidad, ya está en marcha una respuesta en términos que podríamos definir clásicamente como “democráticos”, lo estamos viendo en las plazas que siguen a Greta Thunberg, que se está beneficiando de una cobertura mediática en cierto modo sospechosa, aunque está poniendo en movimiento a masas juveniles que, dentro de las contradicciones del sistema, no van necesariamente hacia donde las televisiones quieren que vayan.
La acusación de Greta de que los poderosos sólo hacen bla bla bla es un síntoma de una dificultad y división que podría surgir tarde o temprano en ese movimiento.
Amplios sectores de intelectuales y científicos se manifiestan también denunciando la inadecuación de las decisiones tomadas por los gobiernos en cumbres claramente inútiles y perjudiciales, pero todos estos sujetos evitan cuidadosamente pronunciar la palabra “prohibida” de Capitalismo.
Así que la responsabilidad es generalmente del hombre, incluso del Homo Sapiens, como si el orden social y productivo no tuviera contradicciones estructurales, pero la culpa es de los políticos, industriales, gobiernos, etc. En definitiva, también para ellos la historia ha terminado y sólo queda un problema de conciencia por parte de los distintos actores del sector.
Está claro que esta agitación entre los jóvenes y sus conciencias no es el producto político directo de la lucha de clases, sino que es la señal de que se abre una nueva condición conflictiva en la que las fuerzas de clase pueden jugar un papel de conciencia y conocimiento, tanto en cuestiones generales relacionadas con el medio ambiente y el clima, como en cuestiones más directamente políticas como la cuestión nuclear civil en nuestro país.
El gobierno de Draghi y su ministro de Transición Ecológica (¿hacia dónde?), Cingolani, están produciendo una nueva paradoja: proponen, junto con toda la UE, de forma más o menos explícita, la reanudación de la energía nuclear civil con centrales de cuarta generación que serían una fuente de energía limpia, a diferencia de los combustibles fósiles, el carbón y el petróleo.
Este intento cuenta con el apoyo de varias fuerzas políticas del país, y el ex ministro de Berlusconi, Lupi, ha presentado una moción en el Parlamento en apoyo de la “energía nuclear verde”, que Cingolani intenta encubrir con falsas declaraciones sobre la fusión nuclear, sabiendo perfectamente que esta posibilidad está muy lejos.
Por lo tanto, el campo de conflicto que se abre en torno a la sostenibilidad ambiental es amplio y requiere un enfoque políticamente antagónico, tanto en las batallas generales para denunciar y desmitificar las opciones representadas en grandes espectáculos como la COP 26, que se repetirá el próximo año, como en ámbitos mucho más cercanos, como el intento de reintroducir la energía nuclear civil, que fue rechazada en Italia en dos referendos en 1987 y 2011. Y esta es una cita de lucha que no hay que perderse.