| english | español | français | italiano |
Documento de convocatoria del foro RdC
A poco más de setenta años del nacimiento de la República Popular, nos parece urgente confrontarnos con el papel que juega el país asiático en el escenario de un “nuevo tipo de guerra fría” que se vislumbra en el horizonte, y desarrollar una amplia reflexión sobre la trayectoria del camino del socialismo con características chinas tal y como se ha realizado concretamente. Con el triunfo del Ejército Rojo chino en la guerra civil contra Koumitang, en 1949 el país salió definitivamente del periodo feudal y rechazó las hipotecas que durante más de un siglo los distintos imperialismos habían puesto sobre su soberanía, proyectando a su pueblo hacia una transición hacia el socialismo -entonces y durante una década al lado de la Unión Soviética- aún no concluida.
Después de haber sido la comida favorita de los apetitos imperialistas y un país semifeudal con un sistema político despótico, aunque formalmente democrático, se inició para China un período de transición absolutamente no lineal y no exento de importantes convulsiones políticas derivadas tanto de la lucha de clases como del contexto internacional. De hecho, el planteamiento del PCC se vio inmediatamente socavado por acontecimientos y procesos que le obligaron a tomar decisiones imprevistas. En la actualidad, China ha asumido un papel protagonista en el tablero internacional a varios niveles en un contexto en el que la balanza ya había cambiado antes de la emergencia pandémica. China es el principal socio comercial de 130 Países y Regiones, ha iniciado una asociación estratégica con Rusia y está a punto de iniciar una con Irán, es una de las “Piezas de los Noventa” del tratado de libre comercio más extenso de todos los tiempos -el RCEP- del que Estados Unidos está excluido.
Se trata de un punto de referencia múltiple para una serie de Estados que buscan emanciparse de lo que se ha denominado “subdesarrollo”, entrando así en conflicto con la esfera de influencia tradicional tanto de Norteamérica como de Europa, desde América Latina hasta África.
Al mismo tiempo, el papel de China en el consorcio internacional y especialmente en algunos contextos -como el africano- sigue siendo “problemático”, dado el impacto que las enormes inversiones de la República Popular y el uso masivo de su propia mano de obra in loco suponen para varios países. Mientras Occidente parece salir muy mal de la pandemia y una “segunda ola” golpea a los países de la UE -con Estados Unidos y sus aliados (Brasil e India in primis) que nunca han visto una contención efectiva del virus-, China parece estar en vías de recuperación pero en un contexto económico cambiado y profundamente marcado por la vulnerabilidad de la “economía mundial” que ha surgido durante estos meses. Un contexto que sin duda cambiará su perfil hasta ahora en la era de la globalización neoliberal. China ha sido coprotagonista consciente de esta última fase, asumiendo el papel de fábrica mundial, tras las decisiones, a partir de Deng, de adopción controlada del modo de producción capitalista y de apertura al mercado mundial: los bajos salarios chinos en una cadena de producción internacionalizada, han sido fundamentales para abaratar los costes de producción de las multinacionales occidentales. Además, la expansión del mercado interno para las clases medias y altas que más habían disfrutado de los beneficios inherentes a la inclusión de China en el ciclo económico mundial abrió nuevas salidas para los productos de las economías occidentales, crónicamente estancadas.
China parecía hasta cierto punto un fiel aliado de Washington, al menos desde su entrada en la Organización Mundial del Comercio en 2001. Tras la crisis de 2007-2008, el país ha sido en cierto modo un salvavidas con sus políticas anticíclicas basadas sobre todo en la inversión de capital público en infraestructuras para una economía mundial en dificultad. Sin embargo, la articulación del ambicioso proyecto de la “Nueva Ruta de la Seda” -dirigido a proyectar su poder en el mundo- para dar salida a sus excedentes de mercancías y, sobre todo, de capital, ha sumido a los demás grandes actores geopolíticos en la confusión por las consecuencias que podría acarrear su puesta en marcha. Estas elecciones no eran más que la última fase de las opciones estratégicas a largo plazo -rectificadas gradualmente con el paso del tiempo también por los conflictos sociales que surgieron y las luchas de poder internas- que, sin embargo, han permitido a China -gracias a la transferencia de capacidades tecnológicas y a la explotación intensiva de su mano de obra- desarrollar un sistema industrial moderno e integrado. China ha pasado de ser un país de la “periferia integrada” a desempeñar un papel subordinado a uno de los principales actores mundiales, lo que la sitúa hoy objetivamente en contraste -de buena o mala gana- con los dos grandes polos imperialistas, el de Estados Unidos y el de la Unión Europea.
Ha pasado de ser una “muleta” a ser un competidor y luego un verdadero antagonista tanto del capital estadounidense como del de la Unión Europea.
En cualquier caso, no se pueden eliminar las consecuencias sociales del proceso de acumulación capitalista iniciado en los años 90, que han desmontado en parte lo que fueron las adquisiciones de la Revolución y sus desarrollos posteriores. Las contradicciones producidas por este “punto de inflexión” produjeron en diferentes momentos y en diferentes ámbitos reacciones efectivas del cuerpo social -piénsese en las luchas contra la privatización de las tierras agrícolas y en las de los obreros de las fábricas que trabajaban para las multinacionales occidentales- y desarrollaron algunas distorsiones contemporáneas significativas: la polarización social, la corrupción en el seno del Partido y del Ejército, la crisis ecológica y, no menos importante, una cierta “despolitización” de las clases subalternas debido a la permeabilidad a los valores individualistas y consumistas.
En la actualidad, el país asiático se enfrenta a una serie de retos por la hegemonía mundial, no sólo completando la brecha que lo distanciaba de ésta, sino disputando directamente en algunos campos los puntos fuertes por los que estos dos bloques se habían establecido históricamente.
Los éxitos de los que puede presumir son el resultado de las decisiones tomadas por el Partido Comunista chino, que ha planificado un modelo de desarrollo en el que los sectores estratégicos están cada vez más en manos de los ciudadanos y una organización social en la que los “cuerpos intermedios” no se han evaporado como en Occidente, una sociedad étnicamente homogénea y relativamente cohesionada con una inversión parcial -en los últimos años- de lo que parecía ser la orientación consolidada por las reformas de Deng tras la muerte de Mao. Los acuerdos comerciales con Estados Unidos a principios de este año parecieron resucitar en parte, tras dos años y medio de guerra comercial, un fructífero entendimiento mutuo, en un contexto, sin embargo, en el que seguían existiendo muchas fricciones sin resolver entre las dos superpotencias, como quedó patente en la Conferencia de Seguridad de la OTAN en Múnich. Las declaraciones de Trump sobre el “virus de China” fueron la gesticulación contingente y necesaria del presidente norteamericano para legitimar una reanudación de la hostilidad total que aún perdura, y no sólo una forma de desviar la atención de la desastrosa gestión de su administración sobre la pandemia.
En cuanto a la respuesta de la República Popular, lo que parece imponerse hoy es la protección de su propia soberanía como principio inspirador que guía una diplomacia asertiva e intransigente frente a las injerencias extranjeras en asuntos que el país considera vitales y que no descarta a nadie. ¡Atrás quedaron los días del bombardeo “sin respuesta” de la embajada china en Serbia durante la guerra de agresión de la OTAN a finales de los 90! Esta actitud “más dura” ha encontrado un consenso de masas y, junto con la eficacia en la lucha contra el virus y sus consecuencias sociales, es una fuente considerable de legitimidad para los actuales dirigentes, digan lo que digan los “expertos” occidentales. Este choque con Occidente, independientemente de la voluntad subjetiva de los actores implicados, es una consecuencia necesaria de las contradicciones generadas por la adopción del modo de producción capitalista por parte de China, que ahora se encuentra profundamente integrada dentro de un sistema que lleva años sufriendo una crisis sistémica, que se manifiesta cíclicamente de diferentes formas, pero que se sustenta en una trágica incapacidad para explotar adecuadamente el capital. Contradicciones que no admiten lagunas y que no pueden resolverse con ajustes sólo parciales en el camino emprendido tras la muerte de Mao.
Se ha creado así una encrucijada, ante la cual el PCCh tiene que elegir si la perspectiva es la de una política de poder tout court, dando cuenta de las distorsiones más evidentes producidas en su seno y asumiendo el papel de uno de los polos de la competencia interimperialista, o la de proseguir -o más bien retomar a un nivel más avanzado dado el desarrollo actual de las fuerzas productivas en China- en una vía socialista que busque resolver positivamente las contradicciones producidas hasta ahora, alejándose de un modelo social irremediablemente en crisis.
Si así fuera, se convertiría en un punto de referencia ineludible para el resto del mundo, incluidas las clases subalternas occidentales que por ahora carecen de un sistema alternativo creíble capaz de luchar en igualdad de condiciones contra el imperialismo estadounidense y europeo.
Por ello, como Rete dei Comunisti, queremos proponer una amplia confrontación, a partir de un foro que se celebrará en enero, sobre los distintos aspectos del eje de razonamiento que hemos intentado esbozar en estas pocas líneas, para ofrecer las claves adecuadas para entender y desarrollar un posicionamiento consecuente que caracterice la política de los comunistas en nuestro país.
Índice y lista de reproducción
Presentación: Giacomo Marchetti (RdC)
Los oradores:
- Roberto Sassi (ensayista): “La línea de Mao”.
- Francesco Piccioni (Redacción de Contropiano): “China. El nudo del socialismo, de la conquista del poder a la construcción de la sociedad”.
- Paolo Rizzi (doctorando en sociología económica): “El conflicto obrero en China”.
- Chiara Pollio (investigadora en economía aplicada): “Políticas industriales y desarrollo a largo plazo en China”.
- Luciano Vasapollo (profesor de la Universidad de la Sapienza de Roma): “Las relaciones comerciales y el papel de Renmimbi”.
- Francesco Macheda (profesor de economía política): “La salida de China del estatus periférico: ¿una historia de éxito?”
- Giorgio Cremaschi (portavoz nacional de Potere al Popolo): “Las diferencias entre el compañero Togliatti y nosotros”.
- Giorgio Casacchia (profesor de la Universidad L’Orientale de Nápoles): “Imperialismo lingüístico y resistencia china”
Conclusiones: Lorenzo Piccinini (RdC)