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Mauro Casadio – Rete dei Comunisti
El salto cualitativo que pone de manifiesto la guerra en Ucrania es el producto directo de una acumulación de contradicciones no resueltas en las relaciones de poder internacionales que se arrastran desde al menos la crisis financiera de 2008. El proceso ha sido complejo y, en cierto modo, profundo, pero hoy irrumpe en la luz del día con una fuerza inesperada, al igual que la rapidez de la precipitación militar fue también inesperada.
Por supuesto, para nosotros hoy el primer lugar lo ocupan las tareas a realizar en nuestro país y en Europa en la lucha contra la guerra, contra el expansionismo de la OTAN y, sobre todo, contra la implicación del pueblo italiano y europeo en esta guerra, y contra la economía de guerra, que costará lágrimas y sangre a los sectores populares, como ya podemos ver por la ralentización del crecimiento previsto en el 4% después de que la pandemia haya caído ya al 1%, y la inflación galopante.
También estamos en contra de la lógica de ninguno de los dos, porque la OTAN es una alianza político-militar mientras que Putin es un individuo. Estamos en contra porque no podemos dejarnos condicionar por un enfoque ideológico que durante treinta años ha visto a los “buenos” contra los malos, que son de vez en cuando Milosevic, Saddam Hussein, Gadafi, Bin Laden, Assad, los diversos Kim norcoreanos, etc.
Esta lógica es en realidad el chantaje que se nos impone para mantenernos atados al carro del amo. Por eso, para no ser demonizados a su vez, deberiamos renunciar a cualquier razonamiento que contemple el proceso histórico en curso. Esto es lo que Draghi dijo explícitamente en el Parlamento. Olvídese del fin de la historia, como siempre nos han dicho los mismos, la historia nunca se ha detenido y ahora se arriesga a un nuevo punto de ruptura.
De hecho, el problema no es Putin, sino en lo que se ha convertido Rusia tras el colapso de la URSS, cómo fue y cómo es gobernada por los oligarcas que hasta ayer eran aliados de Occidente y por los gánsteres políticos y económicos en el poder.
Así que la cuestión que hay que plantear es que si para algunos un Putin subordinado a Occidente también sería aceptable, para nosotros no lo es, ni siquiera en este caso. De hecho, Putin forma parte del grupo dominante que vendió la URSS, y para nosotros esto no es en absoluto aceptable.
Así que estamos mucho más allá del “ni” y lo que parece increíble es la eliminación total de la historia reciente, incluso por parte de sectores que se autodenominan comunistas.
Pero esta es otra historia. Sin duda, se retomará.
Una crisis de estrategia
Sin embargo, hablar sólo de lo que ocurre en Ucrania no es suficiente para comprender la dinámica que ha llevado a esta situación.
Desde hace años, en un mundo ya “exglobalizado” -como venimos sosteniendo desde hace tiempo- se ha producido un reequilibrio de las relaciones financieras, económicas y militares internacionales que ha contenido la hegemonía de Estados Unidos desde la crisis financiera de 2007/2008, determinando así un estancamiento sustancial en las relaciones de poder mundiales en las que nadie podía imponerse claramente sobre los demás.
Un estancamiento en el que el crecimiento de China y la construcción de la UE desempeñaron un papel cada vez más importante.
Este equilibrio, debido al aumento de la hipercompetencia evocada por Von Der Leyen, está siendo superado, excepto, por ahora, en el caso del armamento nuclear, que sigue siendo un elemento de disuasión general. El acontecimiento que ha “oficializado” la manifestación de este desequilibrio es la huida de EEUU y la OTAN de Afganistán el pasado agosto.
La desordenada retirada de Afganistán no sólo fue la certificación de una derrota político-militar, sino la manifestación de un fracaso estratégico que -según la teoría planteada en los años 80 por Brzezinski- pretendía ocupar el centro de Asia para determinar el equilibrio mundial.
Por lo tanto, la ruptura de Estados Unidos y la OTAN no hizo más que revelar el vago deseo de Estados Unidos de seguir siendo la única potencia hegemónica del mundo.
Sobre la base de esta estrategia, a partir de 1991 se llevaron a cabo intervenciones militares en Irak, Siria, Libia y Afganistán, y se intensificaron los intentos de desestabilizar a Irán. EE.UU. quería construir un eje político-militar que llegara desde el Mediterráneo hasta el corazón de Asia, ocupando una posición estratégica para tener tanto a Rusia como a China “a punta de pistola”. Pero fracasaron.
Esta impotencia occidental ha dado lugar a un nuevo centro “gravitacional” hegemónicamente competitivo, formado principalmente por China, que, junto con Rusia e Irán, está creando una serie de acuerdos para construir un vasto espacio económico continental con su propia posibilidad de crecimiento independiente de los imperialismos euroatlánticos.
Contragolpe en Europa
La adhesión forzosa de Ucrania a la OTAN surge de y en este contexto y no es en absoluto un incidente regional.
Por otra parte, si se repasan las conclusiones de la reunión del G7 en Cornualles en junio de ’21, la hipótesis del fortalecimiento de los lazos y de la estabilidad interna dentro del área euroatlántica ya era evidente allí, donde se hablaba de una “ruta de la seda democrática” en contraposición a la china.
Pero la reducción de Estados Unidos también afecta a las relaciones transatlánticas, ya que el reequilibrio internacional en curso también afecta a esta zona.
El baile al inicio de la crisis ucraniana fue significativo, ya que Estados Unidos adoptó la misma táctica que en los años 80 con la crisis de los euro-misiles en Europa, donde por un lado amenazaba a la URSS pero por otro también quería reducir las ambiciones de los estados europeos. En particular, Alemania, que buscaba su propia autonomía con lo que se llamó Ostpolitik, promovida por el primer ministro de Alemania Occidental, Willy Brandt.
El forzamiento sobre Ucrania, por un lado, pretendía una crisis en Rusia con el objetivo de debilitar el bloque euroasiático en proceso de formación, y por otro lado pretendía volver a poner a la UE en la “trinchera” intentando reafirmar la hegemonía estadounidense en Occidente.
Por desgracia para Biden, sus cálculos resultaron ser erróneos. De hecho, Putin decidió pasar al ataque militar con la cobertura del armamento atómico y las espaldas de China, que a su vez ha
declarado que la relación con Rusia es “tan fuerte como una roca” evitando los intentos de dividirlos, también porque tiene que lidiar con las provocaciones de EEUU en Taiwán.
La UE, que ya no puede retractarse de su propia perspectiva imperialista, se ha relanzado y tras los primeros intentos infructuosos de mediación ha hecho de la “necesidad” virtud, revelándose más militarista que los propios Estados Unidos, promoviendo la confrontación directa con Rusia y elevando el umbral del peligro de guerra generalizada.
Fue entonces cuando Biden, sabiendo perfectamente que una guerra atómica no sólo tendría lugar en el escenario europeo, denunció los riesgos de un conflicto nuclear, limitando las represalias a las sanciones y al apoyo financiero y armamentístico a Ucrania.
La última milla para la Unión Europea
Lo relevante para nuestra condición política es el nuevo salto que dio la UE con la cumbre extraordinaria de Versalles para sostener su papel internacional.
Desde hace más de 20 años hay quienes afirman que la UE no es más que una “expresión geográfica”, continuando con la negación de una realidad cada vez más evidente, sin considerar que estamos en un proceso que no tiene las características “clásicas”, si es que las tiene, de la constitución de una nueva entidad estatal supranacional.
La UE como potencia imperialista se construye precisamente a través de las crisis.
La crisis de 2008 inició una fase avanzada de integración económica y financiera, de la que la presidencia de Draghi en el BCE con la “flexibilización cuantitativa” fue la gestión más funcional para la construcción continental.
La crisis pandémica ha conducido no sólo al refuerzo de los instrumentos financieros comunes, con el Fondo de Recuperación, sino también a la puesta en marcha de una fase de integración de la estructura industrial europea que trae de vuelta al continente la producción deslocalizada en todo el mundo, lo que propone un salto tecnológico a costa del cierre de sectores económicos ahora obsoletos, una tesis explicitada por Draghi al afirmar que no todas las empresas pueden salvarse.
Todo esto se remata con una ideología “ecologista”, que ahora se desmorona bajo los golpes de la guerra, favoreciendo una vez más el beneficio privado sobre la protección del medio ambiente.
Por último, la guerra de Ucrania ha brindado una oportunidad, que la UE pretende aprovechar, para recorrer la “última milla”, es decir, para iniciar concretamente el proceso de militarización de la producción, la guerra, que permitirá la reactivación económica y la construcción del ejército europeo tantas veces evocado, pero ahora al alcance de la mano.
La reunión de los jefes de Estado en Versalles, los días 11 y 12 de marzo, aclarará cualquier ambigüedad al respecto. Mientras tanto, ha surgido una verdad que estaba clara desde hace tiempo, a saber, que la OTAN cuenta con dos actores principales, EE.UU. y la UE, que se esfuerzan por alcanzar la paridad estratégica, de la que EE.UU. tendrá que tomar nota finalmente.
Además, el proceso de rearme europeo se ha puesto en blanco y negro, con un plan de inversión y planificación que no deja lugar a dudas. Por otra parte, en otras ocasiones, alguien dijo que si los Estados Unidos de Europa nacieran, sólo podrían ser reaccionarios, pero ¡que así sea!
¿Y las perspectivas?
Por supuesto, no es fácil hacer predicciones porque hoy en día se puede entrar rápidamente en una escalada militar o enfrentarse a una fase más o menos larga de negociaciones y conflictos no necesariamente limitados a Ucrania.
Pero el error inherente a aventurar “previsiones” y dar por sentado ciertos resultados es el de partir de una lógica meramente geopolítica sin considerar los datos estructurales que han madurado en el paso al siglo XXI.
En realidad, la situación que vivimos es la del agotamiento de los márgenes de crecimiento mundial, entendido como un todo, del Modo de Producción Capitalista, o sea la reducción histórica de la tasa de ganancia respecto a la enorme masa financiera en circulación en el mundo y producida por el desarrollo capitalista en las últimas décadas.
Esto es lo que produce la hipercompetencia entre capitalismos que son producto de historias e intereses específicos.
Esta condición sólo puede acentuar el conflicto internacional más allá de las razones de los estados o de la sensatez de las clases dirigentes. Así que el resultado que podemos prever racionalmente ahora no es en absoluto positivo, aunque el plazo de una precipitación no será necesariamente corto, pero tampoco puede proyectarse a largo plazo.
Esto plantea la necesidad de que los comunistas, las fuerzas de clase, sociales y democráticas entiendan cómo afrontar los próximos años, en los que la necesidad de unidad entre todos los “excluidos” de este desarrollo, empezando por los sectores de la clase trabajadora, es tan clara como el día para todos nosotros.
Sin embargo, esto es posible si somos conscientes de que construir la unidad sin producir en la confrontación la calidad del análisis, el contenido y la perspectiva de la superación de las relaciones sociales capitalistas está, como ha ocurrido a menudo, condenado a durar sólo una temporada.